Por Diego Di Vincenzo
Para muchos de los que trabajan profesionalmente con la literatura
(en la cátedra universitaria, en investigación, en editoriales) las
perspectivas son diferentes. Hay quienes plantean leer literatura en
"estado puro", es decir, una literatura no pensada especialmente para
los jóvenes. Otros señalan la importancia de visitar el canon, porque
encuentran allí sentidos para pensar una cultura (en este caso, la cultura
nacional) y pensar-se en ella: la dicotomía civilización y barbarie, la
oposición campo y ciudad, Buenos Aires e Interior, pero también los desafíos a
ese canon, o su reconsideración.
"El problema de un escritor nunca es personal", asegura Isabel
Vassallo, ex profesora de Teoría literaria en el Instituto del Profesorado
Joaquín V. González. "El problema de estos fundadores fue cómo afirmarse
contra la tradición y desde la tradición, pero ¿cuál tradición?; cómo decir una
realidad tan diferente de aquella en la que se formaban (Europa) pero en la que
vivían". Propone leer el Facundo y
La Ida, del Martín Fierro porque "ahí se arma el nudo argentino. Pero
nunca lo presentaría como algo dado desde siempre y para siempre, a lo mejor,
dentro de cincuenta o setenta años, miramos los orígenes de otro modo. También
leer (algo de los) Ranqueles: una mirada diferente (antropológica) que rompe
civilización y barbarie. Horacio
Quiroga, el mundo natural, devorador, barbárico argentino. Y Roberto Arlt, porque su narrativa es,
estilísticamente, mezcla, heterogeneidad, una forma de mestizaje. Borges parece estar todo el tiempo
respondiendo a esta pregunta: cómo hacer universal lo local. Y la tríada:
'Axolotl', 'La noche boca arriba', 'El otro cielo', de Cortázar: puesta en
escena de las dos tradiciones. Silvina Ocampo: otra cosa, una nueva forma de la
subjetividad".
También en relación con el
canon, Facundo Nieto, que enseña, justamente, cómo enseñar literatura en la Universidad Nacional de General Sarmiento
propone explorar textos "menores", incluso fragmentos: "Me
inclinaría más bien por las historias del hijo segundo y de Picardía, del
Martín Fierro, y priorizaría los cuentos de Historia universal de la infamia,
de Borges, o relatos de Saer como 'Esquina de febrero' o 'Los amigos'. Por otro
lado, incluiría textos de autores contemporáneos porque permiten introducir en
el aula la reflexión de 'hacia dónde va' la literatura argentina. Trabajaría
especialmente con obras que dialogan con el canon escolar. Por ejemplo, Chicas
muertas, de Selva Almada, y Magnetizado, de Carlos Busqued, se podrían conectar
perfectamente con Operación Masacre. Distancia de rescate, de Samanta
Schweblin, y los cuentos de Las cosas que perdimos en el fuego, de Mariana
Enríquez, pueden conformar corpus con textos de Silvina Ocampo. O Glaxo, de
Hernán Ronsino, y Barrefondo, de Félix Bruzzone, se conectarían bien en una
unidad sobre relato policial".
También Analía Gerbaudo, que
enseña literatura en la Universidad del
Litoral, propone reconsiderar los grandes tópicos: Cielos de Córdoba, de
Federico Falco, por el modo como desarticula la mirada bucólica sobre el
interior y Acá había un río, de Francisco Bitar: "Su literatura es un
regionalismo no regionalista".
El canon también se puede
destruir o parodiar. Alejandra Nallim, de Jujuy,
va más lejos: le gusta asomarse a lo que llama "cánones irreverentes"
con el propósito de deconstruir los nacimientos de la historia literaria
argentina y sus textos fundacionales para desmontarlos con modelos traicionados/transtextuales
irreverentes. Algunos de los textos que elige: Las extranjeras, de Sergio
Olguín; La lengua del malón, de Guillermo Saccomanno; Las aventuras de la china
Iron, de Gabriela Cabezón Cámara.
A la perspectiva local, Silvia
Calero, docente durante muchos años de Literatura
Hispanoamericana en el Joaquín V. González, sugiere no dejar de agregarle
textos latinoamericanos. Se juega por algunos que considera fundamentales: En
la sangre, Cien años de soledad, Redoble por Rancas, Cecilia Valdés, Tabaré,
Los cachorros, El lugar sin límites.
BUENA LITERATURA GENERA INTERÉS
Si las historias son buenas,
están bien construidas, los chicos pueden encontrar interés. Alejandra Laera
enseña Literatura Argentina en la UBA y
propone novelas actuales que hacen serie por algunos sentidos con los
clásicos. Y que son interesantes para leer. Habla, por ejemplo, de Alta
rotación, el trabajo precarizado de los jóvenes, de Laura Meradi: a una chica
de veintipico le encargan escribir una crónica sobre cinco trabajos que tiene
que ejercer a lo largo de un año sin develar su verdadera identidad. El texto
puede leerse en diálogo con un gran clásico como El juguete rabioso, de Arlt.
Convencida de que hay artilugios narrativos (ritmo, personajes, intriga) que
convocan a no parar de leer, propone también Enero, de Sara Gallardo, "una
novela que me encanta: porque es la historia de una chica joven que vive en el
campo y a la que le pasan, ahí, cosas parecidas a las que les pasan a todas las
chicas de su edad".
También Pequeña flor, de Iosi
Havilio: una historia breve, entre enigmática y divertida, en la que se cruzan
lo real y lo virtual, la vida y la literatura, la vigilia y los sueños, y que
atrapa todo el tiempo y que puede dialogar con La invención de Morel, de Bioy. También por el interés elige Elsa
Drucaroff, docente de profesión, investigadora, novelista, autora de un texto
central para pensar nuestra literatura reciente (Los prisioneros de la torre.
Política, relatos y jóvenes en la postdictadura): "El año del desierto, de
Pedro Mairal retoma el 2001 como
apocalipsis fantástico: se deterioran de modo incontrolable casas y edificios,
el tiempo va retrocediendo hasta que de la Argentina sólo queda una torre de
Catalinas Norte donde los refugiados se comen entre ellos. Chicos que vuelven,
de Mariana Enríquez: nouvelle de zombies atravesada por adolescentes pobres que
mata la policía o las redes de trata, chicos y chicas asesinados en la hostil
Buenos Aires. La muerte juega a los dados, Clara Obligado. Una suerte de
policial poético y novela de crecimiento que puede gustar mucho a
adolescentes".
FILOLÓGICAS Y TRADUCCIÓN
En perspectiva histórica,
Diego Bentivegna (docente e investigador de la UBA y la UNTREF) estudió, por
ejemplo, las expectativas estatales sobre la enseñanza a comienzos del siglo
XX: básicamente, el purismo lingüístico como barrera de contención frente a la
poliglosia inmigratoria, la configuración literaria de la exclusión aborigen y
la absorción de lo gauchesco como cultura popular controlada. Propone para la
escuela un abordaje filológico de los textos en el trabajo con los
adolescentes, como hizo Auerbach en Mímesis, el célebre libro que analiza cómo
se representa la realidad en Occidente a través de una serie de hitos
literarios. "Tratar de elaborar una lectura que involucre aspectos
culturales y políticos, que generen debate. Que muestren el espesor cultural de
los textos nacionales".
Sobre el acceso a los grandes
hitos de la literatura universal o al diálogo con ellos desde esta parte del
mundo (Borges), Sylvia Nogueira, que dirige el departamento de Latín en el Colegio Nacional de Buenos
Aires, es categórica al hablar de las dificultades que puede acarrear leer
malas traducciones de clásicos griegos o romanos. "Las traducciones tienen
notable historia en nuestra literatura y permiten estudiar especialmente todas
las decisiones que implica comunicar lo que otros han dicho. Posibilitan un
mejor acercamiento a las fuentes que a veces resultan más ajenas por las
traducciones que por ellas mismas". Recomienda estas traducciones
argentinas: Medea de Séneca, traducida por Eleonora Tola; Lisístrata, de
Aristófanes, traducida por Carlos Bembibre (y otros); Encomio de Helena, de
Gorgias, traducida por Graciela Marcos y María Davolio.
De algún modo, en la
perspectiva de Bentivegna y de Nogueira, los intereses pasan por (enseñar a)
leer, aspecto que también destaca con énfasis Martín Kohan (novelista, profesor
de la Universidad de Buenos Aires, algunas de cuyas novelas circulan con
frecuencia en las aulas argentinas: Dos veces junio, Ciencias morales, entre
otras). "Considero que en la escuela media los docentes tenemos que dar a
leer los textos literarios que consideremos mejores y más exigentes. Sé que hay
otros criterios, pero no los comparto: el criterio de que hay que dar textos
accesibles, de fácil comprensión (presupone estudiantes incapacitados para la
comprensión y el esfuerzo intelectual); hay que dar textos entretenidos, para
que los estudiantes se enganchen (no comparto esta concepción de la literatura
como entretenimiento); el criterio de que hay que dar textos de temática juvenil,
para que los estudiantes se identifiquen (no lo comparto, ni por su privilegio
de lo temático ni por la identificación)".
En esta línea de reservar
diferencias para la escuela, Iciar
Recalde, profesora de Literatura Argentina en la Universidad de La Plata y
docente en la Universidad Arturo Jauretche afirma: "Se soslaya que la
escuela continúa siendo uno de los pocos espacios donde la literatura se
encuentra con potenciales lectores. Lo corroboro con los grupos de estudiantes
grandes del Conurbano, cuando indago sobre sus lecturas: su limitado contacto
con la literatura argentina (y española) fue en etapa de escolarización. Menuda razón política tenemos para reclamar
la enseñanza de un canon nacional razonado que proponga cuáles son los textos
indispensables para pensar la Argentina".
¿Y LA LITERATURA JUVENIL?
Mónica Jurjevcic enseña
literatura en Capital y en el Conurbano, además, se especializa con pasión por
los nuevos formatos digitales por los que circula. Le interesa arrancar por
autores que surgieron después de la crisis de 2001 y que dialogan con las
grandes líneas de representación argentina. "Pero antes, dice, hay que
mostrar cómo se produjo esa construcción". Entonces, menciona a Sarmiento y a Hernández, a Arlt, a
Discépolo, a Macedonio (esas décadas de nacionalismo cultural ante la
modernidad, Borges), a Walsh y a Puig. Y abre paso, también, a la literatura
(llamada) juvenil, que "entra como paréntesis. Como si…". Y se enoja:
"¿Algo paradójico, no? La literatura juvenil reniega de lo que se lee en
la escuela, pero vive de ella".
Señala que fuerza las
relaciones con lo más canónico porque "la literatura juvenil parece no
dialogar con ninguna línea de la tradición literaria argentina. Pero hay
títulos muy buenos". Destaca con amor a Liliana Bodoc: "Tal vez un
intento muy serio por construir un fantasy latinoamericano".
Sobre este asunto, Analía
Benítez, profesora de la Universidad
Nacional de Formosa, también es contundente: "No es posible pensar hoy
la enseñanza de la literatura argentina en el nivel secundario sin Liliana
Bodoc. Cada novela está tejida con una urdimbre de alto vuelo poético, capaz de
crear un universo fantástico sin precedentes en la literatura argentina".
También Marcelo Díaz, especialista cordobés en didáctica de la literatura y
autor del reciente La formación de la lírica: apuntes sobre poesía argentina
contemporánea, destaca que la obra de Bodoc habilita preguntas "en nuestro
idioma, en un universo mediado por la épica y lo fantástico; cómo se construyen
y se mantienen los afectos en una época donde los géneros literarios se
disuelven e integran a todos los planos de la cultura".
Desde su lugar de profesional
de la industria, la editora Adriana Fernández (también poeta y docente) sugiere
cuentistas y novelistas, pero reserva un apartado claro para leer poemas.
Cuando habla de narradores elige a Fabián Casas y a Gabriela Cabezón Cámara:
"Creo que podrían ser representantes de una generación. Y tienen marcas de
época, aunque la exceden". En poesía elige a dos: Leónidas Lamborghini,
"porque no tiene límites su universalidad y a la vez podría solo ser
argentino" y Joaquín Gianuzzi: "Punto de inflexión en la historia de
la poesía argentina".
Marcelo Díaz también sugiere
poesía: "La colección de poesía Juan Gelman me parece que es muy
importante que tenga un lugar en bibliotecas escolares, pensemos que hay
nombres contemporáneos como Irene Gruss, Diana Bellesi o Arturo Carrera. Además
es una propuesta que incluye proyectos editoriales nacidos en provincias del
interior de Argentina y proyectos de editoriales públicas".
Hasta aquí está claro,
entonces, que Liliana Bodoc es un nuevo clásico escolar argentino. Que Samanta
Schewlin y Selva Almada son elecciones del campo académico que pueden pensarse
en la escuela, y las tres son mujeres, algo impensado tan solo hace treinta
años. Por otra parte, por reconfirmación u oposición, se propone siempre
revisitar el canon: Sarmiento,
Hernández, Arlt, Borges, Cortázar, pero con nuevas lecturas. El otro gran libro
nacional es el Adán Buenosayires, que felizmente se incluye en las
recomendaciones curriculares. Y los hermanos Discépolo, en teatro y en tango:
inmigración y fracaso, asuntos tan nuestros. Y está claro también que la
escuela, en muchas ocasiones, es el único ámbito en el que los chicos se encuentran
con los libros. La responsabilidad es enorme, no solo para los profesores,
sobre todo, para el Estado, que debe proveer de libros a las escuelas y
promover políticas culturales vinculadas con la lectura.