Eduardo J. Vior
29 de agosto de 2018
México y EE.UU. anunciaron el
pasado lunes 27 que alcanzaron un entendimiento, para sustituir el Tratado de Libre Comercio de América del Norte
(TLCAN) por un nuevo pacto bilateral. Así lo anunció el presidente
estadounidense, Donald Trump, desde su despacho oval. El nuevo acuerdo tiene ribetes proteccionistas, especialmente de la
industria automotriz y el mercado laboral estadounidense, que preanuncian nuevos
conflictos comerciales con Europa y Asia. El futuro gobierno mexicano, en
tanto, ya ha anunciado que hará revisar las cláusulas sobre la producción de
hidrocarburos, para proteger a industrias mexicanas. O sea que el entendimiento
está lejos de ser definitivo, aunque ya lleva claramente el sello de Donald
Trump.
“Después de duras
negociaciones el TLCAN ahora se llamará Acuerdo
comercial entre EE.UU. y México”, dijo Trump, mientras se comunicaba
telefónicamente con el presidente mexicano. Según el mandatario estadounidense,
este anuncio representa el final formal del TLCAN, dando paso al nuevo pacto
que se podría firmar a finales de noviembre, unos días antes de la trasmisión
del mando en México. “Es un trato increíble para ambas partes”, afirmó el
mandatario estadounidense, que calificó el acuerdo como “realmente bueno”.
Sin embargo, un tema que cobró
relevancia fue la ausencia de Canadá.
“Ya veremos si tratamos un acuerdo aparte con Canadá o uno más sencillo”, dijo
Trump a Peña Nieto durante la conversación telefónica que sostuvieron ante los
medios. “Si Canadá quiere negociar de manera justa, Estados Unidos hará lo
mismo”, sentenció el presidente estadounidense quien también reconoció el
trabajo conjunto de gobierno saliente de Peña Nieto y el presidente electo de
México, Andrés Manuel López Obrador,
durante el proceso de negociación.
El TLC (Nafta, en sus siglas en inglés) constituye una zona libre de
comercio en la que viven 450 millones de personas y que mueve más de un billón
de dólares al año. Trump llegó a la Casa Blanca tachándolo de “peor acuerdo de
la historia”, culpable de la desindustrialización de Estados Unidos (por la
competencia con costes más baratos).
Las negociaciones comenzaron
en agosto de 2017 bajo la amenaza de ruptura y llenas de crispación por los
continuos ataques del mandatario estadounidense a su vecino del sur por la
inmigración. En los últimos meses, sin embargo, la victoria electoral de Andrés
Manuel López-Obrador, por quien el republicano expresa una sorprendente
simpatía, ha allanado el camino al consenso, al igual que la presión de las
empresas estadounidenses, muy golpeadas ya por la guerra comercial con China y
preocupadas por los efectos de una ruptura del TLC. En noviembre, además, se celebran las elecciones legislativas, a las que
Trump quiere llegar con una de sus promesas estelares en vías de
cumplimiento.
En los últimos meses, las
negociaciones comerciales en torno al TLCAN habían estado paradas,
principalmente, por desacuerdos en el sector automotriz. Sin embargo, en la
última semana, el equipo negociador mexicano cedió ampliamente a la presión de
EE.UU.
La oficina de Representación
Comercial estadounidense planea presentar la carta sobre el acuerdo en el
Congreso antes de que finalice esta semana. Tras este trámite, deben
transcurrir legalmente 90 días, para que el Gobierno pueda firmar el acuerdo y
se apruebe en las Cámara. Para entonces podría haberse incorporado Canadá.
Las líneas maestras del
entendimiento se basan sobre todo en el sector de la automoción, sobre el que Washington ha logrado que los automóviles
contengan un 75% de componentes norteamericanos, para que puedan
considerarse producto local (ahora es del 62%) y que entre el 40% y el 45% esté hecho por trabajadores
que ganen al menos 16 dólares la hora. Además, la vigencia del acuerdo será
de 16 años, prorrogable a otros 16, y se revisará cada seis años.
El presidente mexicano saliente agradeció la “voluntad política y
personal” de su homólogo estadounidense; celebró el trabajo de su equipo
negociador, encabezado por Robert Lightizer y el acompañamiento de la Casa
Blanca, en la figura de Jared Kushner, yerno de Trump y el principal enlace de
la Administración con México por su buena relación con el canciller, Luis
Videgaray. De hecho, el canciller mexicano ya tiene en cartera un contrato para
trabajar en Wall Street después del 1º de diciembre que –dicen las malas
lenguas- fue mediado por el yerno del presidente norteamericano.
Un portavoz del Gobierno canadiense celebró el
“progreso” en la negociación entre EE.UU. y México como un “requisito
necesario” para el acuerdo trilateral, pero aclaró que sólo firmarán un TLC que
sea “bueno para Canadá y para las clases medias”. Aunque las autoridades
canadienses sean muy recatadas, es evidente su descontento por haber sido
apartados durante estas cinco últimas semanas de negociación. Ahora toda la
presión se traslada a Ottawa: o acepta unas reglas en cuya negociación no
participó o se queda fuera del nuevo marco comercial norteamericano o negocia
un nuevo acuerdo bilateral con Washington que luego habrá que engarzar con el
anunciado este lunes. O sea que, aunque el TLCAN sobreviva jurídicamente, se
habrá convertido en una combinación de dos acuerdos bilaterales.
Después de la victoria
electoral del 1º de julio Andrés Manuel
López Obrador nombró un equipo de asesores liderado por Jesús Seade, para que
se incorporaran a las conversaciones con EE.UU. De hecho, desde entonces
las negociaciones se han acelerado. El apoyo del futuro presidente es
determinante, porque toda modificación del TLCAN
debe ser aprobada por el Senado mexicano en el que Morena y sus aliados tienen
la mayoría. Todavía el jueves pasado Seade reclamó que en la ulterior
negociación del acuerdo se respeten los derechos soberanos de México sobre su sector energético.
El estilo de Trump es brutal, pero efectivo: sólo negocia bilateralmente,
aprovechando las debilidades de sus interlocutores para exigir el máximo y
luego hacer concesiones. Si este entendimiento se convierte en acuerdo,
indudablemente –como alarman los globalistas- aumentará el precio de los vehículos
producidos en ambos países. También es probable que, para defender su mercado automotriz de la competencia asiática y europea,
Washington introduzca nuevas barreras arancelarias. Si esta política se
mantiene en el tiempo, al menos las tres grandes de Detroit (Ford, Chrysler y
General Motors) adquirirán una posición monopólica que no necesariamente
redundará en aumentos de producción. De todos modos, en las condiciones actuales de pleno empleo (la
tasa de desocupación ronda el tres por ciento) cualquier incremento de la
producción y/o la distribución implicará atraer trabajadores inmigrantes.
Pero ésta es otra negociación que Trump deberá mantener con López Obrador y que
también aspira a ganar.