Juan Gabriel Labaké
Buenos Aires, en un nuevo 17 de octubre, el de 2018.
Nuestro proyecto geopolítico nacional
Esa realidad determina las tres grandes zonas hacia las que debemos dirigir nuestra atención y extender nuestra presencia e influencia, para lograr una adecuada estrategia geopolítica de gran nación:
1.- La Cuenca del Plata-Acuífero Guaraní, verdadero pivote de la integración y desarrollo de Sudamérica, y uno de los polos de desarrollo de mayor porvenir en el mundo.
2.- Los países vecinos que limitan con el Océano Pacífico -Chile, Perú e, incluso, Bolivia- para alcanzar una influencia bioceánica: Atlántico-Pacífico.
3.- La Patagonia-Atlántico Sur-Islas Malvinas-Georgias-Sandwich-Pasaje de Drake-Antártida, la única gran región aún no integralmente explotada del planeta, y sobre la cual tenemos legítimos derechos.
Esos objetivos geopolíticos nos llevan a formular una política exterior que contemple:
a)- La transformación del Mercosur en una auténtica comunidad de naciones, unidas por una cultura común. Reformularlo y darle nuevo impulso para que abarque toda Sudamérica, dotándolo de objetivos políticos que superen su condición de mero acuerdo aduanero, demasiado volcado hoy al servicio de las grandes corporaciones transnacionales.
b)- Reformulación e impulso del UNASUR, que en la actualidad es un organismo sólo simbólico.
c)- Elaboración e impulso de alianzas estratégicas bilaterales o subregionales con:
c.1.- Chile, para la defensa de nuestros comunes derechos sobre la Antártida y el aprovechamiento de sus ingentes recursos (al respecto, se debe retomar el camino de realizar expediciones conjuntas chileno-argentinas a la Antártida, iniciado en 1942/43), así como para ejercer el debido control sobre el pasaje de Drake y lograr una presencia comercial importante de la Argentina en el Océano Pacífico.
c.2.- Bolivia, sobre todo para el aprovechamiento integral del río Bermejo y la adopción de una estrategia común para la explotación del petróleo y el gas. Intermediar con Chile y Perú para lograr una salida de Bolivia al Pacífico.
c.3.- Colombia, Perú y Ecuador, para integrarlos al Mercosur y lograr una presencia comercial importante de la Argentina en el Océano Pacífico.
En los tres casos mencionados, el objetivo general debe ser ampliar y fortalecer la alianza surgida de la Cuenca del Plata, y contrarrestar el intento norteamericano de capturarnos definitivamente en su órbita.
c.4.- Sudáfrica y Angola, para un mayor intercambio comercial y cultural, que conduzca a una estrategia común en el sector del Océano Atlántico que une ambas costas, hasta convertirlo en un virtual “mare nostrum” (mar nuestro o interno a los tres países).
d)- Estudio e impulso de las obras de infraestructura regionales que unan físicamente a la Cuenca del Plata y a toda Sudamérica.
e)- Rechazo de la incorporación de nuestro país al llamado Pacto Transpacífico, sucesor mal disimulado de la nonata ALCA.
f)- Firme oposición a la instalación en el territorio nacional de bases militares extranjeras de cualquier tipo, y con cualquier finalidad declarada.
Poblamiento y territorio: una nueva y pacífica conquista del desierto.
Queda, pues, trazada la estrategia geopolítica que nos indica la realidad para las próximas décadas, así como la política internacional y regional que de ella se desprende objetivamente.
Tales proyectos, que marcan nuestra actitud fronteras afuera, deben ir acompañados de una estrategia también de gran nación fronteras adentro. Y al pensar en una política interna se repite la necesidad de partir de un hecho incontrastable: nuestro inmenso, rico y poco poblado territorio nacional.
En efecto, la principal falla estructural de nuestra economía e, incluso, de nuestro país como unidad política independiente, es su escasa población. Por eso, un tema central de mi propuesta geopolítica es el poblamiento y aprovechamiento integral y armónico de todo el territorio argentino, el terrestre y el marítimo.
Tenemos apenas 14 habitantes por km2, y eso es uno de los más importantes problemas para el pleno desarrollo de la Nación, ya que encarece los transportes y las comunicaciones, dificulta la vinculación humana entre las distintas regiones y, lo que es más grave, tienta a otras naciones sobrepobladas, ya que poseemos lo que las Naciones Unidas llaman “espacios vacíos” (entre los cuales incluyen a la Patagonia).
Estimo que una meta necesaria y posible de lograr es llegar a los 100 millones de habitantes en 2040/2050. Hoy, somos unos 43.000.000, y crecemos a un ritmo anual del 1%. Es necesario crecer entre el 2,5% y el 3%.
Para hacerlo realidad, se requiere una estrategia integral, que comprenda:
Ø Un programa económico expansivo, con pleno empleo y salarios dignos, en todo el país, unido a un programa de largo plazo para poblar y aprovechar integral y armoniosamente todo el territorio nacional, con especial énfasis en la región de los lagos cordilleranos de la Patagonia, en su costa atlántica, y en las otras áreas o zonas de frontera geopolíticamente sensibles. Al respecto, es necesario prestar especial atención al desarrollo de las 5 cuencas fluviales que atraviesan la Patagonia de Este a Oeste y desembocan en el Océano Atlántico: la de los ríos Colorado, Negro, Chubut, Santa Cruz y Deseado.
Ø El aprovechamiento integral de las riquezas de la plataforma continental argentina y el mar adyacente, cuyos nuevos límites exteriores nos fueron reconocidos en 2016 por la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar (CONVEMAR).
Ø Una redistribución voluntaria y armónica de la población actual, para aliviar los grandes conglomerados urbanos, y repoblar el interior. Va de suyo que ello implica una enérgica campaña de desarrollo local de los recursos naturales de cada provincia y la previsión de las consecuentes inversiones.
Ø Un vigoroso aumento vegetativo, para lo cual debemos defender y proteger a las familias numerosas y favorecer la procreación.
Ø Una ley de migraciones que regule y planifique el ingreso y arraigo de migrantes, y los oriente hacia las zonas y los proyectos de desarrollo señaladas como prioritarias por el Estado Nacional en acuerdo con las provincias.
Ø Un plan de grandes obras de infraestructura nacional que posibiliten el citado poblamiento y desarrollo integral y armónico de nuestro país.
Ø Una política de Defensa Nacional, y de una doctrina militar que contemplen los objetivos estratégicos mencionados y las reales hipótesis de conflictos actuales.
Sobre el particular, es necesario insistir en que los siete grandes conflictos de envergadura y trascendencia estratégica que amenazan desde hace años a la Argentina, son:
- la deuda externa, con el acoso de los fondos buitres incluido,
- el narcotráfico,
- el atentado contra la Embajada de Israel y su falsa investigación,
- el atentado contra el edificio de la AMIA y su también falsa investigación,
- la ocupación militar de nuestras Islas Malvinas y la pretensión de extender esa dominación o esa ocupación hasta la Antártida,
- los evidentes movimientos de acoso y masivas compras de tierras por parte de ciudadanos anglosajones e israelíes en la Patagonia y en la zona del acuífero Guaraní, con el agregado de una larga campaña de visitas “turísticas” a la Patagonia por grupos de militares israelíes camuflados como mochileros,
o y la instalación de bases militares extranjeras en nuestro territorio: dos norteamericanas (una en Puerto Iguazú, Misiones; y otra en Ushuaia, Tierra del Fuego) que, no por casualidad, controlarán nada menos que la Cuenca del Plata-Acuífero Guaraní y el Atlántico Sur-Antártida; y una china, en Neuquén.
Debe tenerse presente, también, que esos siete conflictos tienen su origen en los planes de hegemonía de la alianza anglosajona-israelí-financiera, salvo la excepción de la base china en Neuquén.
Los otros polos de poder, si bien han hecho intentos y han avanzado en algunos terrenos (en forma especial Europa desde siempre y, últimamente, China) no tienen por ahora ni posibilidades ni planes a la vista para ejercer un dominio como el que poseen los poderes del polo anglosajón-israelí-financiero. De todos modos, nuestra posición de independencia frente a las superpotencias es válida para todas por igual.
Lo dicho hasta acá se refiere sólo a las medidas de política interior que deben acompañar a la estrategia geopolítica que postulamos. Quedan para otra oportunidad las políticas que son indispensables en el terreno de la educación, la salud, la ciencia y tecnología, la cultura, etc.
Si bien se mira esta particular situación, una estrategia global para enfrentar debidamente a dichas siete grandes hipótesis de conflicto, no sólo constituye un objetivo deseable, sino también indispensable para nuestro país, si pretendemos conservar, al menos medianamente, nuestra soberanía e independencia.
Porque nos guste o no, no hay términos medios: o se las encara decidida y debidamente, o la Argentina –tarde o temprano- sufrirá momentos muy dolorosos y pérdidas y retrocesos insanables, aún en lo territorial.
Las grandes potencias del siglo XXI serán implacables en ese terreno.
Por donde cobra nuevo e insoslayable sentido la máxima sanmartiniana “Serás lo que debes ser, o no serás nada”, o seremos una gran nación, o no seremos nada. Nada importante, al menos.
Insisto, no hay términos medios, pero sí hay formas y formas de hacerlo: irresponsable e improvisadamente, con movimientos espasmódicos cada vez que la coyuntura nos apura, o previsora y organizadamente, con un plan estratégico racionalmente estudiado y prudentemente aplicado.
En 1945, Perón enfrentó nada menos que a los tres vencedores de la Segunda Guerra: EE. UU., Gran Bretaña y la URSS.
Pero lo hizo con mucha prudencia y una inteligente estrategia: firmó 32 tratados binacionales de intercambio comercial por fuera del área del dólar, usando sólo la moneda de cada país contratante. Esos tratados bilaterales nos libraron, de paso, de la tiranía del FMI, y luego de las políticas abortistas y genocidas financiadas por el Banco Mundial y ciertas fundaciones y ONGs que son, como ya dije, simples empresas presta-nombre, o de tapadera, de la CIA y el Departamento de Estado.
En dicha tarea, Perón contó con la valiosa colaboración del Dr. Juan Atilio Bramuglia, el mejor canciller de nuestra historia. Tuvimos otros buenos cancilleres, pero ninguno debió sortear el acoso imperial con la dureza que le imprimió EE. UU. en la segunda postguerra. Bramuglia lo hizo, y lo hizo con seriedad y solvencia profesional.
No es poca cosa.
A su vez, Perón supo recibir con todos los honores, y respetuosa y amablemente, al hermano del presidente Eisenhower, mientras se negaba a obedecer la estrategia del Departamento de Estado para Latinoamérica. Porque lo cortés no quita lo valiente.
Hoy, nuevamente deberemos tomar todas las precauciones y reaseguros, y ser sensatos y prudentes. Nunca más una chiquilinada inútil como aquélla de “Que venga el principito”, o la otra de invitar a nuestro país al presidente del Imperio, para que asista a una conferencia internacional con todo el protocolo y boato, y a sus espaldas organizarle un “escrache oficial” propio de los barrabrava futboleras o de las asambleas estudiantiles de antaño.
Se nos responderá que, aun si actuamos con prudencia y sobriedad en el planteo de una estrategia nacional de ese tipo, igual enfrentaremos la oposición, sino las iras del Imperio anglosajón-israelí-financiero.
Y bueno… habrá que soportarlo.
Pero hay que hacerlo, aunque nos traiga algunas o muchas dificultades, porque nadie puede alcanzar la grandeza nacional mientras obedece a un imperio,o sin una política internacional independiente de los grandes poderes.
De la misma manera que nadie puede hacer una tortilla sin romper algunos huevos, aunque parezcan ignorarlo los más sesudos becarios programados por Harvard, la CIA y el Mossad.
Ése es nuestro gran desafío del siglo XXI: aprovechar esta oportunidad histórica.
Para ello es indispensable lograr la unidad nacional, superando la grieta actual.
Lo lograremos, justamente, si por encima de nuestras diferencias abrazamos un proyecto común de grandeza y justicia como éste.