Por Juan Godoy
“En un país semi-colonial como Bolivia, el escritor
debe dejar los criterios poéticos y simbólicos para la forma, pero en el fondo
tiene que guiarse por un principio que es el proceso de nacionalidad”. (Augusto Céspedes)
Augusto
Céspedes (1904-1996), es uno de los pensadores más importantes de Bolivia en el
siglo XX. Conjuntamente con otros como Carlos
Montenegro[1]
y Sergio Almaraz Paz[2],
constituye uno de los pilares del nacionalismo popular boliviano que surge en
la primera mitad de dicho siglo. Ese nacionalismo popular se va cimentando a
partir de algunos acontecimientos y personajes que resultan sustanciales, como
el diseño de la Bolivia semi-colonial por los barones del estaño conjuntamente
con el imperialismo extranjero, la guerra del Chaco que marca a fuego y
cristaliza la realidad de la Bolivia profunda, la explotación por parte de la
rosca minera, la emergencia de la llamada experiencia del “socialismo militar” con Toro, y sobre todo con Busch, algunas
publicaciones como La Calle, la
creación de Razón de Patria (RADEPA) y el Movimiento Nacionalista
Revolucionario (MNR), la aparición y colgamiento de Gualberto Villarroel, y
desde ya, la figura de Paz Estenssoro. Todos estos temas atraviesan el
trabajo de Céspedes, fundamentalmente en tres de sus obras que tomamos aquí. El
periodo que abarcamos en estas líneas es el que va desde principios de siglo
hasta el ahorcamiento de Villarroel[3].
¿A
qué trabajos nos referimos? A tres libros que escribe Céspedes que están
entrelazados entre sí, y que nos permiten conocer las causas de la postración
de la Bolivia semi-colonial, al mismo tiempo que la génesis del nacionalismo
boliviano. Se trata de la biografía novelada sobre Simón Patiño: Metal
del diablo; la reseña de 40 años de historia boliviana a partir del
abordaje de Germán Busch en El Dictador suicida; y en tercer
lugar, la biografía de Gualberto Villarroel, la emergencia de RADEPA y el MNR
en Bolivia, hasta el colgamiento del entonces presidente en El
Presidente colgado. Los tres
libros en realidad constituyen una unicidad que nos permiten comprender
profundamente los primeros cincuenta años de historia boliviana del siglo XX, y
explicar, al menos parte, de los que inician la segunda mitad del mismo.
Andrés Solíz Rada (2013), enlaza también estos
libros considerando que en Metal del
diablo, se ocupa de una figura central: Simón Patiño, con el Dictador suicida aborda desde una óptica
nacional el proceso que lleva a Busch al poder y a su trágica muerte, mientras
que en El Presidente colgado profundiza
la visión de Carlos Montenegro acerca que tanto los liberales como los
conservadores comparten la negación de la sustancia nacional, ya que actúan en
el marco de la dependencia.
Carlos Piñeiro Iñíguez marca la continuidad que hay
entre el libro referido a Busch y la biografía de Villarroel. Considera la dificultad de encasillarlo en algún
género literario, “en apariencia se trata
de ensayos históricos, pero en su transcurrir se intercalan páginas de
profundidad psicológica (…), sociología para nada vulgar, polémica, escenificaciones
ficticias y numerosas referencias al propio papel jugado por el narrador”. (Piñeiro
Iñíguez, 2013: 207) Argumenta asimismo que estos dos libros introducen en el
imaginario de la época, y también durante el resto del siglo XX, el mito de Busch
y Villarroel. Aparece la idea de la tragedia como parte de la historia
boliviana.
En
este sentido, en Metal del diablo, Céspedes encuentra la figura contrapuesta en
Patiño, un contra-mito o anti-héroe si se quiere. A través de la biografía
de “Rey del estaño”, de visitar las minas, realizar entrevistas a mineros donde
le cuentan la explotación, las matanzas, etc. encuentra los fundamentos para
explicar que la cuestión social y la nacional se encuentran entrelazadas. La
dependencia boliviana se establece a partir de un entramado entre la rosca
minera, los consorcios internacionales y los países imperialistas. Estos están
dispuestos a ensangrentar Bolivia una y otra vez con tal de sostener la
dominación semi-colonial. La rosca minera, relatada a través de la historia de
uno de sus barones constituye “el tabú
que es necesario derrumbar para que Bolivia tenga un destino de nación”. (ibidem: 230) No casualmente Céspedes,
termina sus páginas diciendo: “hasta aquí
la novela de Zenón Omonte (Patiño). Ahora
venga el diablo y concluya con su historia”. (Céspedes, 1974: 227)
Céspedes
no tiene intención de sostener que su historia sea objetiva, así no vela que
está cargada de subjetividad y emotividad. Él es, además de escritor, partícipe
de muchos de los acontecimientos que narra. No quiere ser un escritor aséptico,
sino uno comprometido con la realidad y el pueblo boliviano. Ahora bien, la
carga subjetiva no implica la falsificación de la historia. Afirma así que “la historia que se escribe políticamente es
siempre un poco acción y lucha”. (Céspedes, 1956: 14) Por eso también
considera que “la historia no la hacen
los héroes, pero se hace necesariamente con los hombres, no sólo con las
teorías”. (Céspedes, 1968: 179)
El
pensador boliviano es uno de los pilares del nacionalismo boliviano, como
decíamos, que nos permite pensar Bolivia, pero también más allá del país andino
ciertos patrones, conductas, realidades que son comunes, en tanto los vínculos
históricos, culturales y políticos de nuestro continente. Comparte con la
mayoría de los pensadores nacionales-latinoamericanos el silencio del aparato
cultural. No casualmente Jauretche
sostiene que Céspedes “es uno de los
intelectuales proscriptos por la intelligentzia”. (Cit. en Sacca, 2005: 503)
Vale
mencionar que este nacionalismo boliviano en general y Céspedes en particular
tiene muchos vínculos con nuestro país. Así, por mencionar algunas pocas, Céspedes traba relación con Arturo
Jauretche[4],
Jorge Abelardo Ramos, incluso con Eva Perón, entre otros. No obstante, como
menciona Piñeiro Iñíguez, la vinculación más importante a destacar en la
Argentina es que Perón autoriza su contratación como editorialista (también la
de Montenegro), en el periódico La Prensa, recordamos expropiado por el
peronismo y entregado a la CGT.
EL DISEÑO DE LA
SEMI-COLONIA, LA ROSCA MINERA, EL IMPERIALISMO Y LA POSTRACIÓN DE BOLIVIA
En
el pensamiento de Céspedes hay una idea central: la cuestión nacional. En su
concepción, en la Bolivia semi-colonial, la clase dirigente boliviana, tanto el
liberalismo como el conservadurismo, ignora el problema nacional, “dentro de este marco de desnacionalización
mental prosperó la explotación minera, hasta lograr un desarrollo que le
permitió instituir, como pedagogía colectiva, la ignorancia y aún la aversión
por un destino nacional”. (Céspedes, 1956: 48) A través de la subordinación
cultural se conforma una mentalidad anti-boliviana, que observa la solución a
sus problemáticas a partir de esquemas ajenos a la realidad nacional. La
oligarquía boliviana se siente extranjera en su propio territorio, y cimenta un
sentimiento de auto-denigración de lo propio. Esta mentalidad anti-boliviana
apunta a debilitar al país para sustraerle más fácilmente sus riquezas.
Esa
visión auto-denigratoria encuentra su expresión en el célebre libro de Alcides Arguedas Pueblo
Enfermo, quien “alquila” su pluma para denigrar las capacidades del
pueblo boliviano, pero que al mismo tiempo considera nuestro autor, manifiesta
la incapacidad de intelligentzia boliviana
de interpretar su propia realidad (incluso desde una mirada europea). Este
pesimismo aparece solamente en sus escritos, dado que “él personalmente vivió muy contento en los círculos de privilegio,
como rico terrateniente, eterno cónsul y Ministro en el exterior y como el
intelectual boliviano de mayor prestigio internacional”. (ibidem: 52)
En
contra-posición al escritor de Pueblo
enfermo, Céspedes encuentra a Franz Tamayo, y su libro Creación de una pedagogía nacional[5],
sobre el cual cae el más pesado silencio. No obstante, nuestro autor piensa que
Tamayo plantea más profundamente que los otros autores de principio de siglo
una revolución interior, la búsqueda de la conciencia nacional, así lo
considera como el fundador del indoamericanismo en nuestro continente.
El
escritor boliviano define la rosca como un sector social compuesto tanto de
nativos y de extranjeros que dentro del país, cooperan con lo que denomina
Superestado minero que despoja al país a cambio de sus negocios. Esta rosca se
puede observar en diferentes lugares, también podría definirse como oligarquía
(ya sea minera o dedicada a otra actividad). No obstante, precisa que la rosca
boliviana tiene una singularidad: "la
escasez de disponibilidades financieras y éticas que le cedía el Superestado.
El gran explotador minero redujo la plutocracia nacional, cuantitativamente, a
círculo tan pequeño, a tan enana minoría de personas en función rotativa, que
le hizo perder también calidad de oligarquía o de burguesía, degradándola a Rosca deprimida de una nación proletaria”. (ibidem:
13) A Patiño, Hochschild y Aramayo los cataloga como “la trinidad de bebedores de la sangre boliviana con la bombilla de los
consorcios internacionales”. (Céspedes, 1974: portada)
Asimismo,
los barones del estaño son prácticamente inexistentes para el fisco boliviano.
En ese marco sostiene que “ha sido un
aforismo de las empresas, acreditado por sus teóricos e historiadores, decir
que Bolivia vivía de la minería. Más justo es decir que vivía de las escorias
de la minería”. (Céspedes, 1975: 9)
Con Metal del
diablo Céspedes devela la realidad profunda de Bolivia en la explotación de
los socavones mineros.
Lo publica estando exiliado en Buenos Aires, donde llega luego que el golpe
contra Villarroel lo encuentra cumpliendo funciones como Embajador en Paraguay,
bajo la condición de asilado lo que lo hace cambiar el nombre de Patiño por el
de Zenón Omonte.
En
un pasaje acerca de un pueblo minero relata la cruda realidad de la Bolivia profunda: “la mina regurgitaba hombres todos los días, pero a veces sus colosales mandíbulas trituraban mineros,
devolviéndolos en dirección a la enfermería o al cementerio que en una
planicie, al otro lado de la quebrada amarilla, formaba una población de cruces
sobre túmulos de adobes que las nubes besaban al arrastrarse”. (ibidem: 161)
A
lo largo del periodo de sumisión de Bolivia al imperialismo, el interés
extranjero y de la rosca minera, Céspedes considera la falta de una política
genuinamente nacional, que siga el interés nacional y de las mayorías
populares, al mismo tiempo que busque y aporte soluciones a los problemas de
los bolivianos, entendiendo que “identificados
en su incapacidad para crear una política originariamente boliviana,
conservadores y liberales siguieron también en su actitud internacional una
misma inspiración extranjera”. (Céspedes, 1956: 20)
Mientras
el pueblo boliviano se desangra en
guerras (como la del Pacífico -1879/1883-, y luego la del Chaco), y su pueblo
pasa las penurias más profundas, los ministros-empresarios como Aramayo se
pasean en Londres o alguna plaza extranjera, fundan “empresas” destinadas a
saquear la riqueza boliviana en beneficio de la rosca y del extranjero, venden
(o entregan) el territorio nacional. La elite boliviana tiene una “ciega confianza en las virtudes del
extranjero”. (ibidem: 24) La
rosca minera, y Simón Patiño se apoderan, a partir de su creación del Banco
Central boliviano a partir de controlar la emisión monetaria, “con el banco en sus manos, la Rosca pudo
gobernar el país durante 40 años”. (ibidem:
38) Bolivia aparece como una nación
mutilada.
LA GUERRA ESTÚPIDA, LA
HEROICIDAD Y LA EMERGENCIA DE LA MENTALIDAD NACIONAL
Céspedes se desempeñó como corresponsal de guerra en
la Guerra del Chaco. Publicó sus relatos principalmente en Crónicas heroicas de una guerra estúpida, y en un libro de ficción Sangre de Mestizos, entre otros. En el
prólogo a este último René Zavaleta Mercado rescata una frase del libro donde
dice "Ahora eres patria,
Chaco, de los muertos sumidos en tu vientre...". Y sigue Zavaleta Mercado
interpretando que: Antes no eras patria;
lo eres ahora por los muertos, eres la
patria de esos muertos; con la adquisici6n de los muertos eres ahora un
ser en todo diferente al que eras, con su unanimidad te has animado”. (Zavaleta
Mercado. En Céspedes, 1994: 11)
El Chaco queda grabado en la conciencia boliviana, y
así lo hace profundamente en la del autor de Sangre de Mestizos, donde deja un poema escrito que dice en un
fragmento: Chaco: te contemplo en el atlas de mis sueños, a mi patria clavado como un
cardo, aunque florezca el cardo, porque tos indios desterrados de los Andes,
caídos debajo de tus árboles
en un otoño de
uniformes, con sangre lo regaron”. (Céspedes, 1994: 15)
Recordemos que en la guerra
pierden la vida 90 mil hombres según los cálculos oficiales y 150 mil
según los observadores extranjeros. (Chiavenato, 2005)
En la guerra se cristaliza el país semi-colonial, se
manifiesta toda la miseria del mismo, la entrega de una oligarquía preocupada por su
propio interés, al mismo tiempo que el encuentro en los campos de batalla con
el pueblo profundo boliviano, y de éste con las fuerzas militares (en gran
medida parte del mismo), que se encuentran con su atraso técnico. Se sufre en
conjunto, crece una mentalidad nacional. Afirma el autor de “El Presidente
Colgado” que “el dominio oligárquico en
Bolivia no podía ofrecer sino una campaña como la del Chaco. Al ejército le
tocó actuar bajo el peso de la anticultura del estaño que creó instituciones
ficticias, privándolas de la posibilidad de tecnificarse. Igual que en la
guerra con Chile, donde, según Carlos Montenegro, Bolivia se había “preparado
para la derrota”, frente a la inorganicidad del país colonizado, todo
sacrificio del combatiente resultó inútil. El pueblo percibía esta fatalidad.
Ausente el sentido nacional en una campaña, sólo pueden suplirlo la
organización armada y la técnica, que no existían”. (Céspedes, 1956:
135-136) Mientras se desarrolla la guerra, la Gran Minería, los barones del
estaño: Patiño, Aramayo y Hochschild
ajenos a la nación, permanecen indiferentes también a la misma, solo buscan
sacar su provecho económico, mayormente por la devaluación de la moneda.
La fatídica guerra del Chaco resulta un hecho
central en la historia de Bolivia en general, y del nacionalismo en particular. Céspedes analiza los intereses de Bolivia y
Paraguay en la contienda a lo que “debe
añadirse que la influencia promotora que se atribuyó a las compañías Standard
Oil y Royal Dutch Shell, para desatar la guerra, aquellas por Bolivia y ésta
por el Paraguay, por lógica correspondería a la segunda”. (ibidem: 122) No obstante, destaca que la
Standard ya tenía la concesión del petróleo boliviano; y la Shell, que estaba
interesada en una concesión en el Norte, había perdido una oportunidad en la
zona del sudeste, por lo que sólo si Paraguay se apoderaba de la misma podría
apoderarse del recurso. Suma también el papel de la Argentina a través de su Canciller Saavedra Lamas, considerando un
“falso neutralismo” “para constituirse en agente de intereses
ingleses, y meter mano en el petróleo boliviano por medio del Paraguay”. (ibidem) Conforme pasen los años Céspedes
va otorgando menos peso a la cuestión de las petroleras extranjeras en la
Guerra del Chaco.
Critica
también nuestro autor a quienes pretenden atribuirle miserablemente al indio la
responsabilidad de la derrota, argumenta que “el indio sirvió una vez más a la Patria con su número. Pero también,
en adhesión al valor puro y al deber que no discute, los blancos y mestizos,
jefes y oficiales de línea y oficiales de reserva, vertieron valerosamente su
sangre como abanderados del ejército; de ese ejército que no era más que el
producto lógico del país y al que no podía exigirse un grado de evolución y
tecnificación superior a las condiciones generales de Bolivia. Si bien la masa
popular integró la “clase armada”, le dieron una eponimia heroica los jefes y
oficiales que cumplieron la hazaña en los combates y en las emboscadas. Su
sangre se confundió con la del pueblo en los arenales del Chaco, pero sus
nombres surgieron para ser inscriptos en el mármol que testimonia el valor de
los combatientes de una guerra sin sentido”. (ibidem: 137-138)
De los esteros del Chaco emerge la mentalidad nacional, y nace una “nueva
generación” nacionalista
que tiene su expresión no sólo en ciertos pensadores y escritores, sino también
en algunos oficiales que marcan a fuego la historia del país en los años
posteriores. Precisa así que “ha sido
frecuente mencionar la “conciencia nacional”, como el núcleo naciente de la
Revolución Nacional. Más exacto es referirse al fermento del Chaco, empleando
este término biológico y no el de conciencia que significa un conocimiento de
lo que se es y de lo que se debe ser”. (Céspedes, 1945: 143)
Ese
fermento, lo observa sobre todo en la base militar. Céspedes encuentra en el
joven oficial Germán Busch al que tiene mayor autoridad sobre el ejército y el
pueblo. Alrededor de Busch se ubican las tendencias nacionalistas,
fortaleciendo el ideal anti-oligárquico. De la guerra entonces en su
pensamiento, “no surgió una conciencia,
sino el desorden propicio para incubarla. El desorden convirtió al ejército en
motor revolucionario que se encarriló hacia la idea de la emancipación
económica”. (Céspedes, 1956: 145)
GERMÁN BUSCH: EL FERMENTO EN EL NACIONALISMO MILITAR
Germán
Busch ocupa el gobierno por pocos días al término de la Guerra del Chacho, ya
que al volver David Toro de la misma le entrega el poder, quedándose como Jefe
del Estado Mayor General. Durante el gobierno de Toro se desahucia a la
Standard Oil y se crea el Ministerio de Trabajo (ambas realizaciones bajo la
fuerte injerencia de Carlos Montenegro). No obstante, considera Céspedes que
estas medidas como otras son neutralizadas por el poder de la rosca,
acrecentado por una política en cierta medida ambivalente de Toro. Así, luego
del breve interregno de Toro, llega al poder Germán Busch.
Destaca
que en uno de sus primeros actos convoca a una Convención constituyente, que “poseía
riqueza sociológica porque su composición descubría, como en aparición aluvial,
porciones de la masa del país antes ocultas por la política clasista”. (ibidem: 165) Es la irrupción de los
sectores populares trabajadores en la política. Este parlamento tiene la fuerte
crítica de la prensa liberal, mucha a sueldo de la rosca, “argumentando” con
calificativos denigrantes sobre el pueblo boliviano, mayormente tratándolo de
“analfabeto”, a lo que Céspedes responde en su momento que “es preferible un parlamento boliviano formado por analfabetos, y no
por cultos abogados de las empresas”. (ibidem:
167) Esa convención elige a Busch para el periodo presidencial de los próximos
cuatro años. Durante dicho gobierno se procura limitar a la rosca, y avanzar en
medidas que atiendan la cuestión social, como la aprobación de las leyes
laborales: el código del trabajo conocido como “código Busch”.
No obstante, critica duramente los acuerdos
ferroviarios y petrolíferos con Brasil. Juicio que comparte en su momento con un joven
Gualberto Villarroel. Lo que observa es que “los agentes de la rosca plutocrática
cumplían cerca de Busch la misión de desviar y desnaturalizar sus intenciones
patrióticas con la “técnica” y el fraude”. (ibidem: 198) Así por ejemplo su intención de estatizar el Banco
Central, queda desfigurada por el control de los directores de parte de la
rosca, asimismo su férrea postura en la nacionalización del petróleo también se
desfigura por presión de los poderes fácticos.
Lo
mismo para la transformación de los impuestos sobre la minería donde los
barones del estaño, y la Patiño Mines confeccionan un decreto que hacen llegar
al Ministro de Hacienda para que lo firme el Presidente. Pero esta vez, Busch
da cuenta del engaño, dejando de lado la firma de ese ignominioso decreto que
determinaba lo contrario a lo que él pretendía. Así, se produce un quiebre, en
tanto “la indignación de Busch optó esta
vez por un camino que le llevó a las cumbres de la historia nacional”. (ibidem: 202) Se define claramente contra
Patiño, Aramayo y Hochschild. Así dicta un decreto (esta vez redactado por
Fernando Pou-Mont), donde obliga a las mineras a concentrar sus divisas (el 100
por ciento), en el Banco Central, debiendo al mismo tiempo rendir cuenta de sus
gastos en el exterior, y reimportar los saldos de esos gastos. Se vuelve a
nacionalizar el Banco Minero, en poder de Patiño. La pena ante el
incumplimiento podía ser hasta la muerte, de esta forma “lanzó su reto a los amos semi-seculares del país, a los explotadores
sin patria, a los barones del robo, a los filibusteros del estaño”. (ibidem: 203) Como Presidente del banco
es designado Paz Estenssoro. El gobierno de Busch ahora tiene una clara
proyección nacionalista y popular.
Busch, convertido en líder del movimiento de
transformación, y con éste “hizo su
aparición en las calles de La Paz una masa nueva, el embrión de la multitud
consciente que años después formaría los grandes mítines del MNR,
masa con un sentido autónomo de su destino, no sujeta a las normas idiotizantes
de la oligarquía ni a las consignas fraudulentas del comunismo”. (ibidem)
Busch está dispuesto a ir a fondo, quiere servir al país, más nunca a las
minorías encumbradas desde hace años en el poder. No está dispuesto a
traicionar a los excombatientes, ni al pueblo con el cual luchó codo a codo en
la guerra. No obstante, su intención se verá truncada. Céspedes analiza que es
central en ese “fracaso” que ante falta de un partido político, continuó
apoyándose en el aparato oligárquico y siguió con el mismo gabinete con la idea
que éstos habían jurado lealtad de la nueva política.
Hochschild
y los dueños del estaño están decididos a boicotear el decreto. A este se lo ve
propiciando un lock out. Según las leyes le podía valer la pena capital. Se
reúne el Gabinete, se vota, la votación sale empatada, define Busch: Hochschild
debe ser fusilado. Ese aparato oligárquico, incluso algunos que habían votado
en el mismo sentido, comienzan a mover los “hilos del poder” para que eso no
suceda. Finalmente Busch termina por ceder. Dos meses después Busch aparecía,
según las noticias muerto por suicidio. Pero Céspedes, siembra las dudas sobre
el suicidio, acrecentando la idea del pueblo boliviano del asesinato político.
El proceso de transformación revolucionario emprendido rápidamente se estanca,
quedando el poder en manos del General Quintanilla (cuando le correspondía
hacerlo al Vice-presidente Baldivieso), de modo de avanzar en la restauración
oligárquica.
Busch, cabalga entre la Revolución y la
Contra-revolución, es caracterizado como el representante de un nacionalismo
utópico, como un
gesto de afirmación nacional, un puntal desde donde se acrecienta la
movilización hacia la emancipación nacional. De ahí que surja, luego de su
muerte, el Movimiento Nacionalista Revolucionario. En el cortejo fúnebre, desde
el púlpito de la Catedral grita Céspedes: “adivinaste
que este pueblo, además de tu figura y de tu puño, necesitaba tu sangre…
Recojamos nosotros la sangre de nuestro hermano camba, porque redimirá”. (ibidem: 211)
A
la muerte de Busch le sigue una fuerte represión sobre la clase trabajadora. La
restauración continúa con la elección del General Peñaranda en 1940, cuyo
gabinete se conforma totalmente con figuras de la Bolivia semi-colonial que se
niega a morir.
GUALBERTO VILLARROEL, LA PROFUNDIZACIÓN DE LA SENDA
NACIONALISTA-POPULAR, Y LA SANGRE REGADA POR LA OLIGARQUÍA Y EL IMPERIALISMO
La
fundación por parte de Carlos Montenegro
de la Unión Defensora del Petróleo la considera una de las semillas del MNR.
Otro es el grupo nacionalista que se junta en torno al periódico La Calle (que nace en 1936), que estudia
profundamente la realidad boliviana, la entrega de la rosca, los factores de la
dependencia, etc. y los denuncia desde las páginas del mismo, por lo que es
clausurado en varias ocasiones. Tanto la publicación Busch, como La Calle realizan,
a través de la conformación de un pensamiento genuinamente boliviano (que
piensa desde y para Bolivia para solucionar los problemas del país), una
titánica tarea de recuperación de la conciencia nacional.
La
emergencia del MNR en la semi-colonia boliviana, donde coinciden la izquierda
extranjerizante con la derecha (todos actúan en el marco del país dependiente),
resulta ser la única manifestación que “logró
personería revolucionaria ante el pueblo porque tocó los problemas objetivos y
se nutrió de la sustancia social”. (Céspedes, 1975: 44)
Peñaranda
acepta la hipótesis del putsch nazi. Idea que circulaba en América Latina que
el gobierno boliviano estuvo dispuesto a aceptar. Es una maniobra contra el
nacionalismo boliviano en crecimiento que ya había sido denunciada desde las
páginas de La Calle. Los dirigentes
que están conformando el MNR están en la mira, incluso se reúnen con el
Presidente para desligarse de la maniobra inexistente. No obstante, el gobierno avanza mediante un decreto que
clausura los periódicos La Calle, Busch y
Inti. Asimismo, dicta la prisión sobre los líderes nacionalistas entre
los cuales está Céspedes, decidiéndose al mismo tiempo el confinamiento en una
ciudad lejana del Oriente boliviano.
Un
hecho trascendental que Céspedes toma como un quiebre en el camino de la
recuperación de la conciencia nacional es la “masacre de Catavi”: Cuenta que
durante sus investigaciones para “Metal del diablo”, logró “descubrir por primera vez y de un golpe la existencia de esa masa
subterránea que concentraba el más alto valor colectivo de la nacionalidad y a
la cual, sin conocerla, había estado defendiendo en La Paz cuando combatía a
los magnates del estaño”. (ibidem:
89-90) No se sabe certeramente cuántos mineros, sus esposas y niños murieron en
la masacre que se extendió por varias horas. Lo que sí, la misma marca un punto
de inflexión en el camino al planteo del nacionalismo en torno a la necesidad
de realizar una revolución en Bolivia.
Finalmente,
el 20 de diciembre se produce la revolución. Cae el entreguista y
desprestigiado gobierno de Peñaranda y emerge a la figura de Gualberto
Villarroel catapultada a la Primera Magistratura. Durante el gobierno de Villarroel también se forma la Federación Sindical de Trabajadores
Mineros Bolivianos, se propicia el Primer Congreso Nacional Indígena, se pone
en cuestión a la “rosca minera”, y al latifundio.
Los
primeros momentos no obstante, según Céspedes, se manifiesta un quietismo, y no
hay avances significativos en la revolución, no obstante lo cual los campos
están claramente delineados, de un lado lo nacional, y del otro, los que juegan
para sostener el orden semi-colonial en beneficio de la rosca, y las garras
imperialistas que no tardan en aparecer. Así, “la serpiente imperialista pisada apenas en la cola se volvió hacia la
revolución para estrangularla”. (Céspedes, 1975: 135)
Una
gigantesca y descarada red de difamación se hace presente de parte de la rosca,
con epicentro en el Departamento de Estado norteamericano. La acusación de nazi
al gobierno de Villarroel está a la orden del día. Mientras, “la única defensa del gobierno de Bolivia
era el pueblo movilizado por el MNR”. (ibidem:
147) Céspedes, parte del gobierno, ante la política de no-reconocimiento del
mismo que jaquea al gobierno, presenta desinteresadamente su renuncia (que le
habían pedido), por considerar que podía ser causa (o excusa), del
no-reconocimiento del gobierno (el mismo camino sigue Montenegro).
El
MNR hace una enorme tarea en torno al fomento y organización del movimiento
obrero, base sustancial para cualquier gobierno revolucionario, “un aguerrido estado mayor de obreros y
empleados del MNR organizó los sindicatos en los centros mineros del país.
Simultáneamente la mayoría parlamentaria del MNR dictaba leyes sociales, las
primeras: el fuero sindical y la ley de retiro voluntario”. (ibidem: 160)
Hacia 1946 “la
rosca nacional y la plutocracia yanqui emprenden la ofensiva final contra el
gobierno Villarroel volcando su arsenal publicitario, diplomático y
financiero para sofocarlo “democráticamente””. (ibidem:
209) La rosca actúa fomentando el regionalismo paceño, el anti militarismo en
dirección contra los jóvenes oficiales, operando conjuntamente con el PIR,
algunos jefes militares del gobierno, con el objetivo de desplazar totalmente
al MNR del gobierno, y cargarse a Villarroel. La contra-revolución está en
marcha.
Reseña
Céspedes que en una manifestación en Plaza Murillo muere un estudiante que será
utilizado como “bandera” para ir por la venganza sobre el gobierno y el
Presidente. Se propaga el rumor que son varios los estudiantes muertos. Se
fraguan pedidos de socorro por la radio en medio de ficticios tiroteos, se
compra sangre en los mataderos para pintar las paredes (simulando ser la de los
supuestos asesinados), se “contratan” personas que vestidas de luto recorren
las barriadas llorando, se inventan historias de niños que habrían visto
ahorcamientos, etc. Villarroel en tanto desplaza al MNR del gobierno para
calmar la situación, asimismo ofrece su renuncia. Al mismo le ofrecen también
llevarlo a una base militar, a lo cual se niega respondiendo: “que me maten”. Se produce el ingreso al
Palacio Quemado, Villarroel es arrojado desde un balcón de la casa de gobierno
y colgado de un farol en la plaza Murillo.
Para
finalizar reseñamos que, años después, en la Revolución del 9 de abril del 52,
ese farol se convierte en monumento nacional, así “la horrible figura del colgado, símbolo de la política rosco-pirista,
se transfiguró en imagen de santo (…) ¡Ese es el pueblo del 9 de abril de 1952!
Es la réplica a la vergüenza del 21 de julio; reparación histórica a Villarroel
y al Movimiento Nacionalista Revolucionario; no es el crepúsculo de una época
que diseña las figuras de los colgados, es la alborada que significa esperanza
y que eleva nuevamente la ciudad de La Paz a su rango tradicional de capital
rectora y responsable de la nacionalidad, que concentra en su pueblo los
valores que aseguran y fortalecen la unidad e la República”. (ibídem: 260)
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Encuentro.
Godoy, Juan. Franz Tamayo y la creación de una pedagogía
nacional. Revista Movimiento Nº 10. Marzo 2019.
Godoy, Juan. Sergio Almaraz Paz. Partir de la realidad
para descubrir Bolivia. Revista Movimiento Nº 6. Noviembre de 2018.
Piñeiro
Iñíguez, Carlos. (2004). Desde el corazón
de América. El pensamiento boliviano en el siglo XX. La Paz: Plural.
Ramos, Jorge
Abelardo. (2014). Las desventuras de un
izquierdista sin rumbo. Rep. en Entre
pólvora y chimangos. Las mejores y más filosas polémicas del Colorado. Buenos
Aires: Octubre.
Sacca, Zulma.
(2005). El fulgor de los signos en la
narrativa de Augusto Céspedes. Nueva Revista de filología hispánica Nº 2.
págs. 503-518.
Solíz Rada,
Andrés. (2013). La luz en el túnel. Las
lides ideológicas de la izquierda nacional boliviana. Buenos Aires:
Publicaciones del Sur.
Zavaleta
Mercado, René. Prólogo a Céspedes, Augusto. (1994). Sangre de mestizos. Relatos de la guerra del Chaco. La Paz: Edit.
Juventud.
[1]
La figura de Carlos
Montenegro, además cuñado de Céspedes, la abordamos más profundamente (en torno
a la cuestión de las inversiones extranjeras), en Godoy, Juan. El papel de las inversiones extranjeras en
América Latina o la expoliación de Nuestra América. En Godoy, Juan. (2018).
Volver a las fuentes. Apuntes para una
historia y sociología en perspectiva nacional. Buenos Aires: Punto de
Encuentro.
[2]
Abordamos la figura de Almaraz
Paz en Godoy, Juan. Sergio Almaraz Paz.
Partir de la realidad para descubrir Bolivia. Revista Movimiento Nº 6.
Noviembre de 2018.
[3]
No se llega así al análisis del MNR en el poder, y tampoco a la figura de Paz
Estenssoro (aunque en estas obras exista alguna referencia a su papel en los
primeros momentos del MNR).
[4]
En carta a Ramos, Céspedes
dice acerca del linqueño a principios de los 60: “encuentro que Jauretche, con quien no puedo compararme como
articulista, guarda conmigo un paralelismo en su concepción y conducta en la
vida política, tal como he podido entenderlo a través de una autocita que hace
de su libro “Los Profetas del Odio”. (Céspedes a Ramos, 1962)
[5] Abordamos la figura de Franz
Tamayo en relación a su emblemático libro en Godoy, Juan. Franz Tamayo y la creación de una pedagogía nacional. Revista
Movimiento Nº 10. Marzo 2019.