Mario Cafiero, La Plata, 25/04/2020
A la crisis sanitaria y económica que
vive el mundo hay que agregar que esta crisis está demoliendo el discurso y relato del pensamiento neoliberal. El
sentido de esta nota es ver si podemos dar otro pasito, para también desalojar
ese pensamiento neomonetarista que hace décadas nos domina y aprisiona.
Parece que los liberales se
convirtieron al marxismo. No el de Karl, por ahora, sino el de Groucho: cuando
dicen que dijo "Estos son mis principios. Si no le gustan, tengo
otros". Como un ejemplo de muchos, cito al sempiterno Miguel Broda que dijo: “Hay que poner el énfasis en que hoy hay que
dejar de lado las ideologías. Hoy es un tiempo en el que se necesita del
Estado...” y lo remató pidiendo un populista “Consejo de Emergencia”. Un
fantasma recorre y acecha a los neoliberales. Su temor y sorpresa es que se le
estén dando vuelta sus propios soldaditos. Es lo que les preocupa a los dinosaurios
liberales de la Vargas Llosa, Aznar, Macri & CIA; que han alertado del
peligro que el populismo resurja “con un ímpetu que hace pensar en un cambio de
modelo alejado de la democracia liberal y la economía de mercado”.
Es que la pandemia es una situación
inédita que pone de relieve la realidad por sobre el relato liberal impuesto
por el poder económico, con un machacar de slogans que se demuestran a la postre
falsos. La pandemia está destruyendo el
panegírico del libre
mercado
y la globalización.
Aquí verifica nuevamente ese decir de Jorge Bergoglio: “La realidad es más
importante que la idea”.
La realidad es que como si viviéramos
los efectos de una “huelga” de los trabajadores de todo el mundo. No ha sido
una huelga revolucionaria (como proponía el marxismo de Karl) lo que ha provocado
la parálisis de la fuerza del trabajo y por lo tanto su potencial
empoderamiento. La “huelga general revolucionaria” ha sido forzada por un virus
que mide una milésima del diámetro de un pelo humano y que puede replicarse
100.000 veces en 24 hs. No sabemos, ni tal vez nunca lo sabremos, si es de
origen natural o de
laboratorio o una guerra
bacteriológica o un mensaje de la naturaleza o de Dios para que un cambio
civilizatorio ponga fin a la destrucción del planeta.
Lo
concreto es que la sociedad definitivamente no funciona sin la fuerza del
trabajo, sin la fuerza del Estado democrático y sin contemplar la importancia
de los bienes comunes.
La fuerza del Trabajo y del Estado que supieron ser socios exitosos en la época
de postguerra, y que fueron derrotados por la contrarrevolución
liberal de los 90; ahora resurgen con
una fuerza imparable. Hay que volver a poner en orden los factores: el capital tiene que estar al servicio de
la economía y no la economía al servicio del capital.
Hay que animarse a dar el paso de
también confrontar con la realidad la otra parte del pensamiento liberal: el neomonetarismo, inoculado desde una
supuesta “ciencia” económica y la prensa dominante durante tantos años.
Digamos que la reciente ley
CARES de inyección de liquidez, votada
por unanimidad en el Congreso norteamericano, es una prueba indiciaria y
concluyente que ante la necesidad caen como moscas los dogmas monetaristas.
Van inyectar 2 billones de dólares sin crear un solo impuesto para sacar a
su economía de la parálisis pandémica. Hace 40 años que ellos declararon la
inconvertibilidad del dólar al oro, salieron del PATRON ORO para ser ellos los
patrones de su emisión monetaria de acuerdo a sus necesidades económicas.
Sin embargo, a las economías
subdesarrolladas monetariamente como las nuestras, subsumidas en el área dólar,
o sea donde se usa al dólar como moneda
de reserva, se nos impone al Patrón Dólar para ajustar nuestra masa monetaria y
de crédito interno. Solo podemos emitir nuestra cuasimoneda, el peso, en un
equivalente a la cantidad de dólares a la que podamos apelar para frenar la corrida
contra el dólar. Y de allí la necesidad de acceso a los “mercados de dólares”:
multilaterales (FMI, etc) y privados (mercado de bonos “soberanos”). Y de allí
el problema del default de la deuda “soberana” argentina.
El catecismo neomonetarista lo recita bien Carlos Pagni en La Nación, cuando sostiene que resolver el
conflicto con los bonistas es resolver “el acceso al crédito de la sociedad en
su conjunto. Esto es lo que se pone en juego en la esgrima con los bonistas. Y,
sobre todo, de las empresas. Muchas
habrán dejado de existir…..Es una cuestión determinante para la velocidad con
que se recupere la vida material”. Se disfraza que ese dinero en “dólares” es
supuestamente para financiar inversiones, pero en definitiva ese es dinero que
solo ha servido alimentar la fuga de un
PBI entero afuera de la economía argentina.
Ceteris paribus, o sea si nada cambia,
puede ser que los que piensan como Pagni tengan algo de razón. Pero se trata
precisamente de cambiar el sistema de
endeudamiento externo y fuga, de emisión monetaria y corrida al dólar; y de un
sistema bancario que solo se alimenta de la usura y solo sirve para financiar
las corridas.
En 1899 la Argentina fue uno de los
primeros países en abandonar por ley el Patrón Oro y eso le reportó con los
años una espectacular remontada para llegar a ser una de las primeras economías
del mundo. El sistema de caja de conversión flexible, creado por la ley nacional
3871/1899, como rescatara el historiador Carlos Louge, fue obra de ideas de
argentinos como Ernesto Tornquist
(quizás el empresario nacional más importante de la época) y también del economista
argentino-alemán Silvio Gesell
(prekeynesiano
promotor de la libre moneda y acceso a
la tierra).
El cepo monetario es el que impide que
el trabajo y la producción encuentren un lógico nivel de acuerdo a nuestras
inmensas capacidades.
Para salir del cepo monetario del
patrón dólar hay que romper el cepo mental del neomonetarismo. Las ideas
argentinas, de fin de siglo XIX, pueden servirnos para salir de un sistema
monetario que todavía usa tecnología del siglo XIX como el dinero papel,
tecnología del siglo XX como las
tarjetas plásticas, para empezar a usar tecnología del siglo XXI el dinero y la
billetera digital, para que la emisión monetaria (ahora digital e
inconvertible) irrigue equitativamente a toda la economía. O sea, para que se
emita moneda y crédito en función del bien común y no del bien privado de
algunos poquísimos privilegiados.