China creció 6,9% en el primer trimestre de 2017 y
6,7% en el segundo, con un aumento del ingreso per cápita de 7% anual,
sustentado en el auge del consumo doméstico que representó 64,6% del
alza del PBI y en el incremento del sector servicios, que fue más de
la 1/2 del aumento del producto (51,6%), 12 puntos por encima de la producción
manufacturera.
La demanda interna es la que fundamenta en forma
prácticamente excluyente la expansión de la economía de la República Popular
(95,8% del total), acompañada por una caída del superávit de cuenta corriente
que ahora ha descendido a 1,8% del producto, lo que implica una contribución
prácticamente nula a la construcción del PBI.
Lo más revelador del cambio cualitativo de la economía
china es que el 77% de la expansión es consecuencia del aumento de la
productividad de todos los factores (PTF), pura innovación; y este fenómeno
central está acompañado por el hecho decisivo de que los nuevos sectores de
alta tecnología —manufactura de última generación, biotecnología, industrias
creativas y digitales— crecieron 15,3% en los primeros 3 meses del año y ya
representan más del 10% del PBI (serían 15% en 2020).
Todo esto es acompañado por un incremento de
la inversión de 22,6% en los nuevos espacios de tecnología de punta, lo que
se manifiesta con la presentación de 950.000 pedidos de patentes
internacionalmente reconocidas en ese período, dos tercios de alta tecnología.
Los nuevos vectores del crecimiento económico se
despliegan a partir de las plataformas del comercio por Internet (Alibaba,
Tencent, Baidu/BAT), que tuvieron ventas por US$3,8 billones el año pasado, con
un crecimiento de 19,8% anual y un activo de 467 millones de usuarios.
El PBI chino asciende a US$11,4 billones (dólares
constantes) y se ha
duplicado en los últimos 10 años (era US$5,4 billones en 2007). Significa que 1
punto de alza del producto hoy equivale a 2 puntos de expansión hace 10 años.
Luego, el aumento de 6,7% en 2017 equivale a un incremento de 11%/14% una
década atrás.
Es un crecimiento estable: la tasa de
expansión promedio desde 2009 ha sido 6,5% anual, el saldo neto de cuenta
corriente, que era 11% del producto en 2007, se reduce sistemáticamente y se
acerca a cero, y el nivel de inflación es 1,9% por año.
La pobreza que resta en la República Popular asciende
a 53 millones de personas (4% de la población), que se aspira a absorber por la
creciente clase media en 2020. Todo esto a contar de los 840 millones de pobres
que tenía la China en 1978, cuando Deng Xiaoping volcó el sistema al
capitalismo.
Lo fundamental en China no es la expansión agregada
del producto, sino los aspectos cualitativos, históricamente novedosos de su
desarrollo. Lo decisivo es que la República Popular lidera hoy la nueva
revolución industrial que está reestructurando la manufactura y los servicios
del capitalismo avanzado, y lo hace a través de su liderazgo en las
tecnologías de punta, en especial la “inteligencia artificial” (AI).
Funda su dominio en su ventaja competitiva única, que
es la masa de información digital que dispone —Big Data—, contracara necesaria
y estructural de la “inteligencia artificial”, que es 50 veces mayor que la
norteamericana.
El desarrollo chino fue sinónimo de convergencia
estructural con EE.UU. en los 40 años transcurridos desde 1978, con un alza de
la productividad y el ingreso per cápita por encima de los niveles
estadounidenses.
El vínculo con EE.UU. adquirió un carácter horizontal, superintensivo, a partir de 2008,
como es propio de la nueva revolución industrial. Lo notable es que esta
expansión hiperintensiva no tiene un carácter elitista, sino que integra un
movimiento de innovación de masas.
Más de 50 millones de empresas han sido creadas a partir
de 2009, encabezadas por las start ups de alta tecnología (+57% por año). Los
científicos devienen en China en emprendedores a través de sus propias
empresas.
Ayuda a esta innovación multitudinaria el hecho de que los
graduados universitarios superan ya los 170 millones, y aumentan 13
millones por año. Lo que está ocurriendo en la República Popular es un fenómeno
sin precedentes, una novedad histórica. Tiende a convertir la fuerza de trabajo
de 900 millones de operarios en un universo de emprendedores de la sociedad del
conocimiento. (“La inteligencia es capacidad de sorpresa”, dice Peguy).
China no es un lugar, sino un vínculo específico de la
economía mundial en su fase de globalización. Fue el eje de la acumulación
global cuando se convirtió en la primera exportadora manufacturera del mundo
entre 2001 y 2008. Ahora ha modificado su naturaleza y encabeza la nueva
revolución industrial.
Por eso tiene en sus manos la iniciativa frente a
EE.UU. (acuerdo Donald Trump/ Xi Jinping, Palm Beach, Florida, del 6 y 7 de
abril de este año) y dispone de una extraordinaria libertad de acción en el
sistema mundial.
Se trata siempre —Mao lo afirmó desde un comienzo— de acelerar
una tendencia para dominarla.