Extraído de MEGAFON UNLa
Los que peinamos canas o
las teñimos, recordamos los estados de
sitio desde niños cuando se llamaban revoluciones, como la supuesta Libertadora,
los cambios de mando de los generales en el poder, fundamentalmente los que
éramos jóvenes, la de Onganía en las
universidades, y la más feroz y sangrienta, el golpe de Estado de Videla y la
consiguiente dictadura.
Todos los golpes de Estado
fueron para derrocar a los gobiernos democráticos, para cambiar de rumbo socio
económico a fuerza de fusilamientos, asesinatos, desapariciones de 30.000
personas, haciendo del terrorismo de Estado una pandemia en toda Nuestra
América para instalar o reinstalar el modelo neoliberal.
¿Qué les pasaba a los vecinos? Tenían miedo o angustia, que
terminaban en suicidios o en delaciones de sus propios vecinos y terminaban
diciendo “algo habrán hecho” y últimamente “vino alguien a su casa”, “no
respeta la cuarentena”, “quizás tiene el virus”, etc.
El miedo es mal consejero, y la cuarentena produce otros
males y otras enfermedades como la depresión, la angustia, la tristeza
colectiva, que abusan de psicofármacos y luego se enferman de verdad mirando la
televisión y otros medios de comunicación que van contando la cantidad de
contagiados y muertos.
Como sostienen los
epidemiólogos del Instituto de Salud
Colectiva de la Universidad Nacional de Lanús, hay que salir de la cuarentena en su medida y
armoniosamente, diríamos nosotros, para poder vencer al miedo, con solidaridad
con los otros.
El colmo de esta situación
son los que no quieren a los médicos y
enfermeras que vayan a descansar a sus casas porque pueden estar infectados
por el virus, cuando están en primera línea de fuego en los hospitales y
sanatorios combatiendo al enemigo.
Los aplausos merecidos a nuestros héroes del momento, no acallan
las denuncias de los vecinos que no se
preguntan por qué están sin cuarentena los periodistas o los que están en la
trinchera gestionando instituciones de salud o de educación o llevándoles
comidas a los aislados, o trabajando para el bien común o en los supermercados
o en los bancos etc.
Todavía creemos que, como dijo Oesterheld, que el único héroe
es el héroe colectivo. Sin embargo lo asesinaron
a él y a toda su familia.
Si no fuera así
terminaríamos como pasó en Alemania en la segunda guerra, con la carta
atribuida al poeta Bertold Brecht pero que es del pastor Martin Niemöller. Ya nos alertó
el Papa Francisco: “nadie se salva solo”. Las recetas del
neoliberalismo justamente es sálvese quien pueda en materia de economía.
Nadie se preocupa parece de los muertos de otra pandemia en
Nuestra América, como la muerte de
sarampión o tuberculosis y otras infecciones ya resueltas por la investigación
científicas.
Menos aún existe la
preocupación institucional y colectiva por muertos de hambre o de frío por
vivir en la calle, con sus familias por desocupación como en la ostentosa de su
riqueza, la Ciudad de Buenos Aires.
Tampoco se preocupan por
quienes son solidarios dando de comer en los comedores escolares o de los que
atienden alimentariamente en comedores colectivos de la comunidad.
Tampoco, a pesar de que según
el Segundo Censo Popular en la Ciudad de Buenos Aires hay 7251 personas en
situación de calle y los y las trabajadores de Buenos Aires Presente BAP pidieron
que se abran los dispositivos de emergencia que no están habilitados. Parecería
que no se entiende que hay adultos mayores y niños y niñas que carecen de
higiene, comida y techo y no constituyen sólo personas en riesgo individual,
sino colectiva.
Por eso, queremos enfatizar, que se denuncia a partir del
miedo al otro, (por ejemplo a una médica en un edificio), pero son pocos los
que combaten la pobreza extrema y la pandemia de la pobreza.
Por eso volvemos a citar a
la carta atribuida a Bertold Brecht que
es del Pastor luterano Martin
Niemöller (1892-1984)
en su sermón de Semana Santa en la ciudad de Kaiserslautern (1946), titulado
“¿Qué hubiera dicho Jesucristo?” :
“Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas/guardé silencio/
porque yo no era comunista./ Cuando encarcelaron a los socialdemócratas/ guardé
silencio/ porque yo no era socialdemócrata./ Cuando vinieron a buscar a los
sindicalistas/ no protesté/ porque yo no era sindicalista. /Cuando vinieron a
llevarse a los judíos/ no protesté/ porque yo no era judío. Cuando vinieron a
buscarme/ no había nadie más que pudiera protestar.”
Con la caridad no alcanza, las
instituciones deben resolver un Nunca Más para pocos sino para una comunidad
que debe resolver que todos y todas tendremos que vivir con dignidad y que sólo
lo podemos encarar entre todos y todas.