Por
Gabriel E. Merino, marzo 2020
REVISTA 2050
El
mundo se conmocionó ante el asesinato del general iraní Qassem Soleimani. La
importancia de su figura y la posibilidad de una escalada bélica frontal con
una potencia media como Irán hicieron prender las alarmas. Sin embargo, pocos se sorprendieron por el hecho de que
las fuerzas armadas norteamericanas asesinen al representante de un país al que
no se le había declarado la guerra, quien se encontraba en un estado que se
supone soberano como lo es Irak (aunque invadido/ocupado), al cual no se le
había pedido autorización para realizar dicho acto de guerra. Incluso el
asesinato fue reivindicado y hasta festejado por el gobierno de Estados Unidos.
Este
tipo de proceder no resulta novedoso. Entre
2009 y 2016, el régimen estadounidense a cargo de Barack Obama mató, según
cifras oficiales, a cientos de civiles y a casi 2600 “combatientes” a través de
aviones no tripulados en países a los cuales no les había declarado la
guerra: Pakistán, Yemen, Libia, Somalia. A lo que debemos sumar los caídos en
otras partes del mundo como Afganistán, Irak, Siria. Ello no significó un
repudio internacional de envergadura ni el retiro del polémico Premio Nobel de
la Paz entregado a Obama.
En
plena crisis de hegemonía mundial y derrumbe del orden internacional, se
reconoce de facto una situación de conflicto generalizado, que da lugar a la
multiplicación de enfrentamientos bélicos y al hecho de que Estados Unidos, la potencia en declive
hegemónico, esté en guerra desde 2001. Además, lo que queda claro a partir
de 2014 es que, de una u otra forma, y directa o indirectamente, esta situación
de conflicto generalizado involucra a las principales potencias.
La
cuestión es cómo interpretamos esta situación. Por distintas razones, la
pregunta correcta quizá no sea si estamos a las puertas de una tercera guerra
mundial. Tampoco si estamos en una nueva guerra fría, como se dijo a partir del
estallido de la guerra civil en Ucrania y el conflicto Rusia-OTAN (lo que se
analiza en el libro ¿Nueva guerra fría o guerra mundial fragmentada?) aunque
los actuales enfrentamientos compartan rasgos de parentesco con aquella y sean
parte de un mismo proceso de desarrollo (y límite) de las formas en que se
dirime la trampa de Tucídides.
En realidad, nos
encontramos inmersos en una guerra mundial fragmentada e híbrida. Una guerra de nueva generación, donde
se combinan elementos de la guerra convencional (entre estados con ejércitos
regulares) y la guerra no convencional y/o irregular. Esta guerra es político
militar y se desarrolla en todos los frentes: económico, tecnológico financiero
y comercial; informativo, psicológico y virtual. Por ello se habla de guerra
comercial, guerra de información, guerra psicológica, ciberguerra, guerra de
monedas, guerras financieras, guerra judicial (conocida como lawfare). Una
característica central es que la Guerra Híbrida (GH) es completamente difusa:
se desdibuja el límite entre lo militar y lo civil, entre el inicio y el fin,
entre lo público y lo privado. Y se observa que puede seguir escalando,
profundizando los enfrentamientos en todos los niveles, sin que podamos
descartar escenarios aún más trágicos.
GUERRA MUNDIAL
FRAGMENTADA
Este
concepto surge de una reflexión que hace el Papa Francisco en una entrevista para La Vanguardia publicada en junio
de 2014, que es tremendamente significativa tanto por los conceptos que vierte
como por quién los dice y desde qué lugar. Allí afirma: “Descartamos toda
una generación por mantener un sistema económico que ya no se aguanta, un
sistema que para sobrevivir debe hacer la guerra, como han hecho siempre los
grandes imperios. Pero como no se puede hacer la Tercera Guerra Mundial, entonces se hacen guerras zonales. ¿Y esto
qué significa? Que se fabrican y se venden armas, y con esto los balances de
las economías idolátricas, las grandes economías mundiales que sacrifican al
hombre a los pies del ídolo del dinero, obviamente se sanean.”
Este
párrafo encierra muchísimas ideas centrales de la actual situación mundial. La
primera cuestión a señalar es la afirmación de que ante la imposibilidad de
llevar adelante una guerra mundial (convencional), el enfrentamiento se hace
por zonas, por fragmentos de un conflicto. Esta afirmación la realiza en junio
de 2014 cuando cambia el momento de la transición: a) se multiplican los
conflictos bélicos en distintos países y llegan por lo menos a ser una decena
los que se encuentran en la llamada “zona de inestabilidad” de Medio Oriente, Asia Central y zonas
lindantes; b) recrudecen los enfrentamientos entre las grandes potencias,
con foco en Ucrania, Siria y en el Mar
de China, entre otros lugares; c) y crece exponencialmente la guerra de
información, la ciberguerra, la guerra económico-financiera, que van desde
sanciones hasta golpes financieros y otras acciones.
A partir de este momento
los enfrentamientos entre los principales polos de poder pasan a ser directos (aunque no bélicos de forma directa y
abierta) y en territorios centrales. A la vez, en un conjunto de escenarios
secundarios se multiplican escaladas bélicas y en otros frentes, involucrando y
enfrentando a las principales potencias. Es el comienzo de la guerra mundial
fragmentada, cuya forma dominante es híbrida, es decir, mixturada.
La
segunda idea central de ese párrafo del Papa es que la crisis del sistema (“que ya no se aguanta” y descarta a “toda una
generación”), la cual es al mismo tiempo una crisis de hegemonía angloamericana
(hoy puesta en discusión como en 1914-1945), lleva a la guerra: “Un sistema que
para sobrevivir debe hacer la guerra, como siempre lo hicieron los grandes
imperios”. Como señala el economista y sociólogo italiano Giovanni Arrighi, el
moderno sistema mundial tuvo cuatro ciclos hegemónicos, que se denominan a partir
de las entidades políticas o del Estado que tuvo un papel estratégico en la
articulación del sistema: el ibérico-genovés, el holandés, el británico y, por
último, el estadounidense, consolidado a partir de 1945, y hoy en crisis.
En
la actualidad, no sólo nos encontramos en una crisis de hegemonía sino,
probablemente, entrando a un período de caos sistémico, que nos remite a los
períodos de guerras de 30 años que median cada ciclo hegemónico, como sucedió
en 1618-1648, 1792-1815, 1914-1945. El
problema del sistema moderno es que no hay estado sucesor. La burguesía del
estado en crisis no puede articular en los términos clásicos con un estado
ascendente. En el caso de China, además de romper con la sucesión
hegemónica al interior de occidente, expresa una hibridación de modos de
producción: entrelazadas con las relaciones de producción capitalista que se
despliegan en dicho territorio, coexisten la propiedad colectiva de la tierra,
la propiedad estatal de los medios de producción estratégicos y gran parte de
los trabajadores se encuentran empleados en empresas comunitarias de pueblos y
aldeas.
En
este sentido, analizando el declive y sus consecuencias bélicas, la guerra comercial tiene como trasfondo la
pérdida de la primacía productiva de Estados Unidos, la disputa por los
monopolios tecnológicos y la creciente “guerra” económica, en la cual se
agudizan las luchas entre capitales mediadas por los estados. El contexto de
bajo crecimiento en el Norte Global desde el estallido financiero y económico
de 2007-2008, profundiza esta situación y su perspectiva. Al haber bajo
crecimiento, la acumulación de los capitales particulares se da en detrimento
de los más retrasados y de los trabajadores, poniéndose en juego mecanismos de
“acumulación por desposesión” (metáfora del capitalismo actual). A su vez, el
proceso conocido como globalización económica, por el cual el comercio mundial
se expandió al doble del Producto Interno Bruto y la inversión extranjera
directa al triple durante casi 30 años, se detuvo con la crisis que estalló en
2008, poniéndose de manifiesto un límite estructural. Y desde entonces, la
economía mundial crece a base de una enorme burbuja de endeudamiento, que
exacerba el proceso de financiarización.
La
tercera idea central que podemos extraer del párrafo del Papa Francisco es la
conexión entre el sistema económico y sus problemas estructurales, las necesidades imperiales y la industria
armamentística: “Se fabrican y se venden armas, y con esto los balances de
las economías idolátricas, las grandes economías mundiales que sacrifican al
hombre a los pies del ídolo del dinero, obviamente se sanean”. En este sentido,
el Complejo Militar Industrial (CMI) de las potencias y, en especial, de los
Estados Unidos, constituye el núcleo de su sistema de producción e innovación
tecnológica. Con un presupuesto militar
de más de 600 mil millones de dólares (cifra muy superior a toda la economía
argentina), la gran potencia del norte global tiene al CMI como un elemento
central de su economía y alimenta a las corporaciones privadas, desde donde
practica el keynesianismo militar: déficit fiscales que van a financiar dicho
presupuesto, a lo que debemos añadir los presupuestos específicos de las
guerras llevadas adelante, más el presupuesto de pensiones y el de la llamada
Comunidad de Inteligencia con 16 agencias.
El
keynesianismo militar es una política central desde 2001 y se intensifica en
los gobiernos republicanos, en los que predominan los
americanistas-nacionalistas en detrimento de lo que llamamos globalistas,
quienes hacen hincapié en otras tácticas y estrategias, como golpes blandos,
guerras de quinta generación y grandes acuerdos multilaterales que dan lugar a
una institucionalidad global configurada bajo su visión. No resulta extraño que
en el gobierno americanista-nacionalista de Donald Trump, el actual Secretario de Defensa sea Mark Esper, quien fuera vicepresidente de Raytheon, una
de las mayores compañías de defensa y el mayor fabricante de misiles
guiados del mundo (conocida por los misiles Patriot protagonistas de la guerra
del Golfo en 1991 y los misiles Tomahawk con los que Trump bombardeó Siria). El
antecesor de Esper como Secretario de Defensa fue Patrick Shanahan, quien fuera
directivo de Boeing, en donde estuvo nada menos que 31 años.
SOBRE LA GUERRA HÍBRIDA
Y SU OBJETIVO ÚLTIMO
Para
el investigador ruso Andrew Korybko,
según su libro publicado en 2015 al calor del enfrentamiento en Ucrania, la
Guerra Híbrida es un nuevo método de guerra indirecta, que combina la
táctica de las revoluciones de colores (golpe suave) con las guerras no
convencionales (golpe duro), en un escenario multipolar y en donde los costos
de la guerra convencional entre potencias son muy grandes. Para este autor, la
Guerra Híbrida es el nuevo horizonte de la estrategia de Estados Unidos para
producir cambios de regímenes contrarios a sus intereses. Y aunque se juegue en
muchos casos en escenarios secundarios, apunta especialmente a tres estados que constituyen los núcleos
objetivos de Estados Unidos: China, Rusia e Irán.
Según
Zbigniew Brzezinski, el objetivo
estratégico de Washington es el control de Eurasia porque quien controla
Eurasia controla el mundo. Y uno de los centros territoriales de la disputa
según su libro El gran tablero de ajedrez mundial publicado en 1997 serían los
llamados Balcanes Euroasiáticos: Asia central (Kazajistán, Kirguistán,
Tayikistán, Turkmenistán y Uzbekistán), Afganistán, el Cáucaso, parte de Irán y
parte de Turquía. Esta zona nuclear se amplía en un área de inestabilidad que
comprende a Medio Oriente y parte del
Norte de África.
Justamente
es en dicha región en donde contamos desde 2001
un sinnúmero de enfrentamientos armados bajo distintas formas, por
supuesto, desde antes también, pero a partir de ese año se agudiza el
conflicto. No resulta casual que, en paralelo a que Brzezinski publica el libro
que apunta sobre dicha “zona de inestabilidad” y señala a Asia Central como un
objetivo geopolítico, China y Rusia
acuerden construir una institución de seguridad conjunta llamada Organización
para la Cooperación de Shanghái (OCS), fundada finalmente en 2001, que
incluyó a Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán y Uzbekistán. Hoy la OCS es vista
en el occidente geopolítico como una OTAN paralela, a la cual se sumó la India
y Pakistán, tiene como miembros observadores a Irán, Bielorrusia, Afganistán y
Mongolia, y son socios de diálogo Turquía, Sri Lanka, Armenia, Camboya y Nepal.
Casi todos esos países comparten la gran iniciativa estratégica china de la
llamada Nueva Ruta de la Seda o Belt and Road Initiative (BRI).
También
recordemos que Brzezinski advertía ya
desde 1997 que una alianza entre China, Rusia e Irán sería catastrófica para
los intereses estadounidenses en Eurasia y, por lo tanto, para su primacía
global, a pesar de que China todavía no era lo que es hoy. Son probablemente
estos los motivos que llevaron a la administración Obama a acordar con Irán,
profundizar el enfrentamiento con Rusia y procurar rodear/contener al gigante
asiático con el Tratado Transpacífico
(TPP) y el establecimiento de una alianza militar Indo-Pacífica, entre
otras cuestiones. Fue en ese contexto, especialmente cuando Japón firma el TPP,
que China lanza la llamada Nueva Ruta de la Seda o BRI.
Otro
que se ha referido a la cuestión es Joseph
Nye de la Universidad de Harvard, quien observa que las guerras actuales son
híbridas e ilimitadas. En ellas los frentes se desdibujan y apuntan a la
sociedad del enemigo para penetrar profundamente en su territorio y destruir su
voluntad política (guerra de cuarta generación), desdibujándose el frente
militar de la retaguardia civil. Además, las tecnologías como los aviones
teledirigidos y las cibertácticas ofensivas permiten a los soldados permanecer
a la distancia de un continente de los blancos civiles (guerra de quinta
generación). Por otra parte, como ya observamos, las fuerzas convencionales y
no convencionales, los combatientes y los civiles, la destrucción física y la
manipulación informativa pasan a estar entrelazados. En este sentido, el
objetivo último de las guerras son los “corazones y las mentes” de las
personas, como afirmaba el británico Gerard Templer que comandó la guerra
contra las fuerzas anticoloniales malayas, lo cual exalta la importancia de la
lucha en el campo periodístico-mediático, la guerra de información y
“psicológica”.
El
objetivo último de las guerras son los
“corazones y las mentes” de las personas, como afirmaba el británico Gerard
Templer que comandó la guerra contra las fuerzas anticoloniales malayas, lo
cual exalta la importancia de la lucha en el campo periodístico-mediático, la
guerra de información y “psicológica”.
La
paradoja es que mientras lo rusos acusan a Estados Unidos de llevar adelante la
Guerra Híbrida, señalando que es el único estado con capacidad de hacerlo y
observando como casos paradigmáticos lo acontecido en Libia, Siria y, particularmente, en Ucrania, por otro lado, desde
el vértice del polo de poder angloamericano y sus aliados, acusan a Rusia de lo
mismo y ponen como ejemplo, justamente, el caso de Ucrania.
Asimismo,
para completar el recorrido por algunas de las principales voces de las
potencias en pugna, desde China, en
donde surgió hace dos mil quinientos años el gran teórico de la estrategia
indirecta (Sun Tzu), los oficiales Qiao Liang y Wang Xiangsui, del Ejército
Popular de Liberación, se acercaron a algunas definiciones que observamos, pero
desde otro concepto: Guerra Irrestricta,
como se titula su libro Unrestricted Warfare, publicado en 1999. Allí observan
que el principio central de las nuevas guerras es que no hay reglas, en
tanto comprenden todas las modalidades de acción posibles, la utilización de
todos los medios, con despliegues en todos los frentes, la multiplicación y
diversificación de medios “no letales” y donde el ataque al adversario es de un
modo sutil, lento pero sistemático.
La
táctica de la Guerra Híbrida puede
reconocerse a lo largo de la historia, sobre todo si la limitamos a la
presencia de fuerzas irregulares, como guerrillas. Sin embargo, lo que hoy
pareciera surgir es que deviene como forma dominante de una guerra mundial
fragmentada, la cual es expresión de una crisis de hegemonía, de una
transición histórico-espacial mundial y, por lo tanto, se despliegan y
multiplican los enfrentamientos por configuración del próximo “orden”,
deviniendo en una situación de “caos sistémico”. La Guerra Híbrida deviene en
la forma dominante del enfrentamiento en un mundo profundamente interconectado
e interdependiente, transnacionalizado, en donde no resulta posible en el corto
y mediano plazo el desacople de las economías nacionales. Incluso, la actual
revolución industrial en curso no hace más que generar condiciones para
profundizar la interconexión mundial, la interdependencia y la densidad e
intensidad de las relaciones sociales de producción.
EL ASESINATO DE QASSEM
SOLEIMANI
El
asesinato del general iraní Soleimani está en estrecha relación a la Guerra
Híbrida que describimos. Estados Unidos no declaró formalmente una guerra pero
es un país con el que de hecho se está en guerra. Las propias sanciones financieras y económicas contra Irán son un acto
de guerra. En ese sentido, pretender prohibirle las exportaciones de
petróleo a Irán, un país que su comercio exterior depende en su mayor parte de
ese producto, es condenarlo a una destrucción económica casi total. Imaginemos
que a la Argentina se le bloquee exportar soja y sus derivados, o a Chile el
cobre. Por otro lado, el asesinato de
Soleimani no es un intento de operación encubierta, sino que es completamente
reivindicado.
Asimismo,
Soleimani era la principal figura de la
creciente influencia iraní en Oriente Medio, donde chocaba y le generaba
profundo costos a Estados Unidos y sus aliados. Fue quien, entre otras
cuestiones, al frente del grupo de élite
Quds de la Guardia Revolucionaria, propinó en coordinación con Hezbolá y las
milicias chiítas en Siria e Irak la derrota del Estado Islámico, y donde
quedó desdibujado el papel de la alianza angloamericana y de la OTAN, perdiendo
influencia regional. Recordemos, además, que para derribar a Bashar el-Assad,
al principio Estados Unidos y aliados como Turquía financiaron a distintos
grupos que organizaron el Estado Islámico, como denunció hasta el propio
general estadounidense Michaer Flynn, ex Consejero de Seguridad Nacional de Trump.
Siria fue un típico
escenario en el cual se propició un movimiento civil pro-occidental y una
política de cambio de régimen con financiamiento, entrenamiento militar y armas
a los insurgentes/terroristas
(según quién los denomine). La victoria parcial de la alianza de las fuerzas
sirias de Bashar al-Assad en alianza con
Irán, Hezbolá y Rusia en Siria y también en parte en Irak dio a Irán una enrome
influencia en la franja que va del Mediterráneo al Golfo Pérsico (Líbano,
Siria, Irak e Irán). Influencia que Estado Unidos, en alianza con Israel y
Arabia Saudita, se dispuso a intentar deshacer. Recordemos que antes de matar a
Soleimani, las milicias chiítas iraquíes, en respuesta a la muerte de 25
milicianos propiciada por ataques estadounidenses, asediaron la embajada de
Estados Unidos y casi la toman, demostrando allí su poder. En este sentido, que
el parlamento de Irak pida al poder ejecutivo el retiro de las tropas
estadounidenses en su país es todo un indicador de la relación de fuerzas
adversas para Occidente después de 16 años de ocupación.
El
enfrentamiento entre Estados Unidos e
Irán hay que entenderlo como parte del conflicto mundial señalado. Trump no
sigue sólo un objetivo electoralista de cara a las elecciones de este año, hay
en juego varias cosas más.
En
primer lugar, el enfrentamiento con Irán
es un lineamiento estratégico del gobierno nacionalista/americanista de Trump
desde el inicio de su mandato. Por ello la ruptura del acuerdo nuclear, que dejó descolocadas a las otras potencias
firmantes, en especial de Francia y Alemania. De esta forma, rápidamente Trump
buscó deshacer la geoestrategia globalista de acordar con Irán para alejarla
como potencia regional de una alianza anti-hegemónica euroasiática con China y
Rusia. Ello marca una fractura en el núcleo del poder angloamericano, que se
evidencia en un sinnúmero de cuestiones, entre ellas el Brexit, muy apoyado por
el americanismo-nacionalismo.
En
segundo lugar, busca acercar posiciones
con los neoconservadores. Trump va a elecciones y necesita un frente interno
sólido. Recordemos que la expulsión en septiembre de 2019 de John Bolton del puesto de Consejero de
Seguridad Nacional se debió no sólo a su fracaso total en Venezuela en su
intento de “cambio de régimen” e instalación de Guaidó, sino también a su
insistencia en escalar bélicamente el enfrentamiento con Irán. Para los
“neocon”, el control del golfo Pérsico (por su ubicación geoestratégica y sus
hidrocarburos) es la llave para mantener/recuperar la supremacía
estadounidense. Y ello se logra con la supremacía militar y focalizarse en la
disputa en dicho terreno.
En
tercer lugar, el americanismo estadounidense necesita fortalecer su posición en
la región luego del fracaso en Siria y
de que Irak quede bajo influencia iraní, a pesar de la ocupación angloamericana
desde 2003. Además, busca fortalecer allí sus alianzas con el expansionismo
israelí neoconservador y la monarquía absoluta saudita. También debe
mencionarse que Teherán es una ciudad estratégica de la nueva Ruta de la Seda o
BRI impulsada por China. Además, hace dos meses y por primera vez, Rusia, China
e Irán habían realizado ejercicios militares conjuntos en las tensas aguas del
Golfo Pérsico. Por otra parte, Rusia recuperó su influencia en dicha región y
Turquía muestra juego propio, sin alinearse automáticamente con Washington,
Londres y París, con quienes tiene fuertes diferencias en relación a los
kurdos.
EL IMPACTO EN AMÉRICA
LATINA
Lo
que parece que se ha abierto desde mediados de 2013 y principios de 2014, y con la elección de Trump y el
referéndum pro Brexit en 2016, es una situación de “caos sistémico”. Es
decir, una dinámica no lineal, con distintas bifurcaciones y crisis del
conjunto de las mediciones. Un conflicto permanente que no niega al conjunto de
relaciones de cooperación/interdependencia, sino que las reconduce y las abre
hacia distintos juegos posibles, rearticulándolas y/o poniéndolas en crisis. Un
momento de la transición histórica-espacial iniciada en 1999-2001 en el que
pareciéramos entrar en un escenario de guerra mundial fragmentada e híbrida.
La
reemergencia de China, el ascenso de
Asia Pacífico, las alianzas con Rusia, el creciente desarrollo de un
espacio euroasiático y la insubordinación antihegemónica impulsada por fuerzas
del sur global constituyen expresiones que configuran un nuevo mapa de poder
mundial.
Nuestra
región no escapa a esta situación. Por el contrario, está completamente
envuelta y distintas manifestaciones de la guerra híbrida se ven con total
claridad. El golpe de estado en Bolivia es
quizás la expresión más clara en los últimos tiempos. Estas transiciones
mundiales representan grandes desafíos y América Latina es un escenario de
disputa en aumento, pero también, como sucedió en otros momentos históricos,
estas transiciones constituyen grandes oportunidades para los pueblos del Sur.